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miércoles, 28 de abril de 2010

Orar con el Salmo 21 (1)

“Dios mío, Dios mío. ¿Por qué?”
Escuchar el principio del salmo 21 es acoger los gritos de dolor del mundo, la desesperanza, el sufrimiento, la angustia. Es escuchar a Cristo en la cruz, y en él, a los millones de cristos que sufren. Escuchar el salmo, soportar el salmo, es también solidarizarse hacer propio el grito, el dolor, la angustia; es dejarse tocar por la realidad doliente de nuestro mundo.
Salmo 21 (I)

Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
a pesar de mis gritos,
mi oración no te alcanza.
Dios mío, de día te grito, y no respondes;
de noche, y no me haces caso;
aunque tú habitas en el santuario,
esperanza de Israel.

En tí confiaban nuestros padres;
confiaban, y los ponías a salvo;
a tí gritaban, y quedaban libres;
en tí confiaban, y no los defraudaste.

Pero yo soy un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente, desprecio del pueblo;
al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
"acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere".

Tú eres quien me sacó del vientre,
me tenías confiado en los pechos de mi madre;
desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos, que el peligro está cerca
y nadie me socorre.

Todos tienen alguna esperanza, nadie puede vivir sin al menos un destello de vida, un recuerdo. El salmista vuelve su mirada desconcertada al pasado y le dice a Dios: “¿Lo ves? ¡A nuestros padres los rescatabas! Ellos gritaban a ti, ellos confiaban en ti…”
Las cosas parecen haber cambiado, ¿dónde, dónde está Dios? ¿Dónde estás, Dios? En mi pequeñez, en mi nada, en mi “ser un gusano” no te veo, no apareces, no te siento, no me salvas…
El recuerdo se vuelve entonces más cercano, más doloroso: “Si yo mismo, al nacer, ya te pertenecía. ¡Si antes de nacer ya eras mi Dios! No entiendo tu lejanía, Dios, no te entiendo.”
Meditemos este salmo despacio, sin pretender entenderlo, sin darle respuestas de libro, sin recetas. Ante el dolor no valen las recetas. Pongámosle rostro al sufrimiento, oigamos los gritos de este mundo. Sumerjámonos en el salmo y descubramos entre líneas que el salmista, aunque ni él mismo lo sepa, también confía en Dios, de lo contrario no le rezaría.

martes, 27 de abril de 2010

¡www.bibliayvida.com cumple dos años!


¡Dos años ya!

Y parece que fue ayer cuando me embarcaba en la aventura de compartir la riqueza del libro más influyente de la historia, la Biblia.

Los comienzos fueron humildes, con apenas un blog en el que colgar curiosidades bíblicas; allá quedaron algunos de símbolos del Apocalipsis, algunos objetos cotidianos, algunas palabritas con cierta miga...
El año paulino nos llevó a dedicarle unas cuantas entradas a este poderoso personaje del nuevo Testamento, del que siempre podemos aprender tanto, algunas incluso con polémica incluida. Pablo era todo un carácter, y eso también se nota en sus escritos.
Ha habido ocasión para recomendar libros, no muchos por ahora, pero siempre en alza. Hoy en día se está publicando mucho en castellano, y a muchos niveles, también de divulgación. No hay cristiano que tenga excusa, si quiere conocer mejor la Biblia, tiene materiales para ello, sólo nos queda dedicarle tiempo... ¡Ay, el tiempo!
Por último, algunos salmos han enriquecido también esta página.
Los comentarios al evangelio dominical han sido, sin embargo, las entradas más constantes. En general breves textos que pretenden actualizar el mensaje siempre nuevo de textos escritos hace casi dos milenios.
Todo esto aderezado por los comentarios de los lectores, vuestros comentarios, que le han dado una vida muy especial a esta página.

La palabra que me viene a la mente, después de dos años, es Gracias. Gracias con mayúscula a muchas personas que han hecho realidad este proyecto.
Gracias ante todo a Dios, que decidió crearnos y comunicarse con nosotros en nuestro propio idioma, y hasta venir a visitarnos hecho uno de nosotros.
Gracias a los autores bíblicos, que tuvieron la profundidad espiritual suficiente para escuchar la llamada de Dios a una misión única que ni ellos (y ellas) mismos sospecharon.
Gracias también a todos los que han hecho posible que alcanzase mi sueño de estudiar la Biblia. No podría haberlo hecho sin el apoyo y el esfuerzo de muchos hermanos.
Gracias a mis profesores y profesoras, siempre estimulantes con sus observaciones.
Y Gracias por fin a vosotros, lectores y lectoras, que con vuestras visitas, comentarios y aportaciones hacéis de este proyecto una realidad viva.

Dos años, más de 11.000 visitas, más de 180 entradas, decenas de comentarios, y un gran futuro por delante. ¡GRACIAS!

sábado, 24 de abril de 2010

Domingo 4 Pascua. Escuchar a Jesús y seguirlo

Juan 10, 27-30

En aquel tiempo, dijo Jesús:
—Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno.

El Evangelio de Juan está construido como un doble juicio: los judíos quieren condenar a Jesús, pero al final es Jesús el que condena al mundo. En el breve texto de hoy encontramos un careo, una respuesta de Jesús ante las acusaciones.
(Hay que tener en cuenta que cuando Juan habla de «judíos», se refiere a las autoridades judías que se opusieron a Jesús, y no a todos los judíos, ya que Pedro, María y el mismo Jesús eran también judíos. Esta palabra se explica porque cuando se escribe el evangelio, el cristianismo ya se había separado del judaísmo.)

Jesús está en el templo de Jerusalén, en la fiesta de la Dedicación, una de las fiestas religiosas judías, en las que se ensalzaba la importancia del propio templo para la religión judía. Los judíos le rodean y le exigen que se manifieste abiertamente: «Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.»
En realidad, Jesús no ha hecho otra cosa más que «manifestarse»; ya en el capítulo 2 de este evangelio, se dice que, en la boda de Caná, Jesús «manifestó su gloria». El problema es que los signos que Jesús hace sólo se pueden comprender y aceptar desde la fe, y los judíos que le acusan no creen en él.

Por eso Jesús les responde con una acusación de falta de fe: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis». Los que son de Jesús, sus «ovejas», escuchan su voz y le siguen. Estas dos sencillas palabras: escuchar y seguir, resumen en profundidad la vida del cristiano.

Los cristianos tenemos necesidad de escuchar su voz, de alimentarnos de la Palabra de Jesús, de seguir profundizando en ella toda la vida. La Palabra de Dios, y no es una palabra informativa, como podría ser la de un periódico, o las de este mismo comentario, la Palabra de Dios es creativa y creadora, ilumina nuestra forma de ver el mundo para que lo veamos como lo ve Dios, alumbra nuestra visión y la hace nítida y limpia. Dios está actuando siempre en el mundo, pero lo hace como Jesús lo hacía, con signos que sólo eran accesibles a los que aceptaban su mensaje. No hay nada en la historia que «se le escape» a Dios, aunque haya tantas realidades incomprensibles, tantos acontecimientos desagradables. No significa esto que Dios quiera el sufrimiento, todo lo contrario, pero él tiene la fuerza suficiente (la fuerza del amor) para transformarnos y hacernos mejores incluso a través del dolor, por incomprensible que parezca.
A pesar del poder de Dios para transformarnos, nos deja la libertad de aceptar su gracia o rechazarla. Por eso los cristianos debemos vigilar constantemente nuestra «comodidad», la facilidad que tenemos para «aburguersarnos», para quedarnos instalados en «lo de siempre», y no salir de nuestra tierra, como Abraham.
La lectura, meditación y oración de la Palabra de Dios es un medio necesario para los cristianos, y mucho más hoy en día, en que recibimos constantemente mensajes, ideas y propuestas de vida y de sentido que no se ajustan al evangelio de Jesús.

Pero con leer, meditar y rezar no basta. Por eso Jesús añade que hay que seguirlo. Él dejó muy claras sus opciones cuando entregó hasta su propia vida por amor a todos los hombres y mujeres, hasta por los que no conocía, e incluso por aquellos que pedían su muerte y la ejecutaban. Él entregó su tiempo, su dinero, su dedicación, a todos aquellos que lo requerían. Se dedicó a enseñar, a curar, a acoger, a compartir. Y nos pide ahora que sigamos sus huellas, que le acompañemos en este camino apasionante de transformar nuestra vida en un don para todos.

No estamos solos en nuestro caminar, Jesús promete su ayuda, su presencia, su gracia. Nadie podrá arrebatarnos de su mano, de su lado, de su compañía. El camino del cristiano es alegre y lleno de vida plena. A pesar de las dificultades y la cruz, que posiblemente hemos subrayado demasiado durante siglos, el cristiano y la cristiana son personas que abrazan la vida apasionadamente, que la exprimen en profundidad, como Jesús mismo hizo, y que comparten a raudales la alegría y el amor que Dios mismo les da.

miércoles, 21 de abril de 2010

Orar con el Salmo 30

Leemos un fragmento del salmo 30 que expresa confianza en Dios. Las ideas se van repitiendo:
- A ti me acojo – a tus manos me encomiendo.
- No quede yo defraudado – tú, Dios, eres leal.
- Ponme a salvo – tú eres mi amparo.
- Sé mi roca, sé mi baluarte, sé mi roca y mi baluarte…
La conclusión es clara no busquemos ideas; son las mismas que se desgrana en un poema. Busquemos ahondar en el corazón del salmista que se desnuda ante nosotros. Quiere mostrarnos su confianza intensa en el Señor. Pero la “confianza” es una palabra tan manida y usada que puede no llegar a captarse en profundidad, por eso el salmista se repite lenta y dulcemente.
Salmo 30
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;

ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;

por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.

A tus manos encomiendo mi espíritu:
Tú, el Dios leal, me librarás.

Hoy vivimos rodeados de un mundo que ni escucha ni confía en Dios. Pero el salmista también. No nos dejemos engañar por la imagen de religiosidad de Israel que la Biblia da. Los israelitas en general cumplirían los mínimos, pero muchos, en su interior, serían tan indiferentes como ahora. El salmista lo sabe, le duele, e intenta expresar a sus contemporáneos la riqueza de la fe. Igualmente nosotros, tenemos la misión es expresar nuestra confianza en Dios, nuestra esperanza en él, de mostrar nuestra fe al mundo.

domingo, 18 de abril de 2010

Domingo 3 Pascua: ¿Me quieres?

Juan 21, 1-19

En aquel tiempo, Jesús se apareció a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, Los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
—Me voy a pescar.
Ellos contestan:
—Vamos también nosotros contigo.
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
—Muchachos, ¿tenéis pescado?
Ellos contestaron:
—No.
Él les dice:
—Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
—Es el Señor.
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
—Traed de los peces que acabáis de coger.
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
—Vamos, almorzad.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
Él le contestó:
—Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
—Apacienta mis corderos.
Por segunda vez le pregunta:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Él le contesta:
—Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Él le dice:
—Pastorea mis ovejas.
Por tercera vez le pregunta:
—Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si le quería y le contestó:
—Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
—Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras.
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió:
—Sígueme.

El texto de Juan está lleno de símbolos, que no hay que entender al pie de la letra:
- La pesca durante toda la noche sin éxito, y la pesca milagrosa cuando aparece Jesús, nos dan entender que es sólo él quien da sentido a nuestros éxitos.
- La intuición del discípulo amado, que es el primero en darse cuenta (después se dirá que todos se dan cuenta, pero él es el primero), nos indica que entre los cristianos puede haber personas concretas con sensibilidad especial, o con «carismas», que nos pueden ayudar a los demás a encontrar a Jesús. En la Iglesia todos tenemos nuestra misión, cada uno la suya, y lo más hermoso es que seamos capaces de complementarnos, de enriquecernos mutuamente, y no que nos dediquemos a criticar a los que no piensan exactamente como nosotros.
- La rapidez de Pedro en lanzarse al agua, y el diálogo en el que Jesús le pide que pastoree a sus ovejas, es también un símbolo de su misión propia, la de fortalecer la unidad de Iglesia, al mismo tiempo que valora la riqueza de su diversidad. Es una misión muy difícil la de Pedro.
- La red que no se rompía, significa que la Iglesia es capaz de acoger dentro de sí a multitud de gentes y de personas diversas, y, aunque parezca difícil, las diferencias son posibles y enriquecedoras, si todos somos conscientes de que es Jesús quien nos une.
- Hasta el número de peces: 153, es simbólico. Es una extraña combinación que sugiere la totalidad de los pueblos, la humanidad entera; ya que los cristianos estamos llamados a anunciar a todos sin excepción el evangelio.

Pedro es el protagonista del final del evangelio de Juan. Él es como un modelo de discípulo, de seguidor de Jesús, de cristiano. Pero no es un cristiano ideal, como no lo somos ninguno de nosotros. Él también ha tenido momentos de duda, y hasta llegó a negar a su Maestro. Cualquier cristiano, también nosotros, ha tenido la experiencia de fallarle a Jesús, de negarlo, de abandonar el camino de amor que él nos marca para explorar otros caminos que no llevan a la felicidad auténtica. Todos somos pecadores. Pero Jesús no le recrimina a Pedro sus negaciones, sino que le pregunta ahora si «le quiere». Esa pregunta va dirigida también a nosotros; Jesús te dice hoy, ¿me quieres?
Es una pregunta que interpela, que no puede quedar sin respuesta.
No valen evasivas si dudas.
Es una pregunta que nos debe hacer pensar en nosotros mismos, que nos puede ayudar a repasar nuestra vida y observar aquellos momentos en que sí hemos querido a Jesús y aquellos otros en los que nos hemos apartado de su mensaje.

Seguro que en nuestra vida hay muchos momentos de entrega, de sacrificio, de ofrecernos por otras personas. Quizá en esos momentos no somos conscientes, sobre todo si hacemos un sacrificio por alguien a quien queremos, y hasta puede que nos cueste poco esfuerzo. Pero, aunque no lo pensemos, estamos amando también a Jesús en esos momentos.
Porque querer a Jesús, para un cristiano, no es algo distinto de vivir la vida cotidiana amando a los demás. Hay algunos gestos que sí son necesarios, como dedicar algún rato del día a la oración, o participar en una comunidad cristiana, especialmente en la celebración de la Eucaristía, que es un momento fuerte de encuentro con Jesús, además de con los hermanos. Pero estos gestos no están separados del resto de la vida. Es un error pensar que los cristianos vivimos unos momentos «religiosos» y otros momentos «normales», que vamos a unos lugares «religiosos», o «sagrados» (como las iglesias, por ejemplo), y que salimos de ellos para estar en lugares «no religiosos» o «no sagrados». Esto era normal en muchas religiones antiguas y primitivas, pero no lo es en el cristianismo. Jesús, en el evangelio que hemos leído hoy, se aparece a los discípulos cuando están pescando, es decir, en su trabajo cotidiano, y no en un lugar especial ni sagrado. O mejor dicho, la vida cotidiana es el «lugar sagrado» donde Jesús resucitado se nos aparece, se nos hace vivo, viene a nuestro encuentro.
Para el cristiano, todo lugar es sagrado, todo momento es religioso, en todas partes, y en todas las personas está presente Dios. La oración es necesaria porque llevamos la vida a ella. Necesitamos la eucaristía porque en ella encuentra sentido el encuentro con Jesús que vivimos en todo momento.

También en nuestra vida hay momentos de falta de amor; a Dios y a los demás. Esos momentos, que los cristianos llamamos «pecado», no deben hacernos desistir de volver a Jesús. Jesús demuestra que siempre acoge, que siempre perdona. Nunca está todo perdido ante Dios. Su amor es demasiado grande como para guardar rencor. Por eso los cristianos tenemos también la oración, en la que le podemos pedir perdón a Dios, y el sacramento de la reconciliación, en el que, a través de un sencillo gesto, se nos regala este perdón que nos da fuerzas para seguir adelante.

En uno y otro momento escucharemos que Jesús nos vuelve a preguntar, mirándonos a los ojos: ¿me quieres?

miércoles, 14 de abril de 2010

Orar con el Salmo 15

El salmo 15 es como una ventana estrecha a la cual se asoman nuestros ojos curiosos para descubrir una escena de intimidad del alma del salmista enamorada de su Dios.
Rechaza los otros pretendientes, los ídolos, que son tantos y tan aparentes, porque sólo Dios puede satisfacer sus anhelos.
Salmo 15

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: "Tú eres mi bien".
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

El orante se siente satisfecho y agradecido a Dios, saciado de alegría. Pero no es un ingenuo; sabe que miles de ídolos pretenden suplantar a Dios, pretenden satisfacer al hombre con gozos pasajeros y vanos. La herencia que el Señor nos deja no es la más grandiosa ni espectacular; el mismo Jesús promete persecuciones a quien le siga, pero es la única heredad que colmará los deseos profundos del alma.
Sólo acercándonos a la intimidad con Dios que expresa el salmo podremos superar las tentaciones de los falsos dioses. ¡Son tantos y parecen tan agradables! El dinero, el poder, el placer, la comodidad, el egoísmo… Quieren ser fines en sí mismos, y prometen una felicidad que no podrán dar.
El salmista ha hecho su opción firme y confiada por Dios. Él no le fallará. Le acompaña siempre, le instruye siempre, llena sus entrañas –todo su ser– de alegría. Y le ilumina el sendero de la vida hasta llegar a la alegría perpetua.

domingo, 11 de abril de 2010

Domingo 2 Pascua. ¡Cree, Tomás!

Juan 20, 19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
—Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
—Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
—Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado «el Mellizo», no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
—Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
—Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
—Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
—Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
—¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
—¿Por que me has visto has creído? Felices los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de sus discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

«Te he visto en el periódico», «te he visto en la tele...» Por algún motivo nos hace una especial ilusión aparecer, aunque sea de refilón, en los medios de comunicación; en alguna foto que presente a una multitud, o en un plano general que presente a mucha gente reunida. «Ahí estaba yo».

Lo más sorprendente es que también en los evangelios sucede esto. Por ejemplo en el texto de hoy. El evangelista tiene en su mente a todos los que, después de él, leerán su texto, y, por supuesto, estamos incluidos nosotros. En un momento, incluso, Jesús nos menciona, se refiere a nosotros: «Felices los que crean sin haber visto.» ¡Además nos llama felices! ¿Qué más podíamos pedir?

Los textos de la resurrección están escritos para darnos símbolos y enseñanzas sobre una realidad misteriosa que no se puede explicar con la simple lógica. Es verdad que Jesús vive, pero con una vida distinta, auténtica y plena, participa de la vida divina, por eso puede decirse que entró en una habitación cerrada. Pero lo más importante no es preguntarse si entró con túnica y alpargatas atravesando las paredes de adobe, sino el contraste de sentimientos de los discípulos: de miedo pasan a llenarse de alegría. Todo lo que va sucediendo es el cumplimiento de las promesas que Jesús había hecho a lo largo del evangelio: la alegría, la presencia (vuelvo a vosotros), el Espíritu... Jesús cumple todo cuanto promete, Dios cumple sus promesas, Dios es de fiar, en él podemos asentar nuestra vida y nuestra fidelidad, porque él no nos fallará. Incluso por encima del dolor más grande, de la pérdida que parece irreparable, del fracaso total, de la muerte misma... por encima de todo ello triunfa el amor de Dios para el que tiene fe.

El primer mensaje de Jesús es desearles la paz. Es el saludo normal y corriente entre los judíos, entonces y ahora: Shalom. Pero en éste contexto las palabras tienen un sentido más pleno: es la paz definitiva, la que Dios había prometido desde siempre en la Biblia, la que Jesús trae ahora para que se instale para siempre en los corazones de sus discípulos. Nada hay que temer, porque Jesús está con nosotros, porque Jesús ha resucitado.

Pero los cristianos no nos quedamos tranquilamente sentados con nuestra paz, Jesús de inmediato nos «incomoda» enviándonos, dándonos una misión, que es la misma misión que él tenía: somos enviados a repartir por el mundo el amor de Dios, igual que Jesús lo hizo. Pero no estamos solos en esta tarea, el Espíritu Santo, que Jesús nos regala, nos acompañará para siempre, tal como él había prometido.

La escena inicial se completa con la siguiente: la incredulidad de Tomás. Es muy lógico que Tomas no crea a sus compañeros, como tampoco ellos habían creído a las mujeres que anunciaban la resurrección. Pero Tomás comete un error, dice que «Si no lo veo no lo creo», es decir, «lo que veo me hará creer». El evangelio nos va a demostrar todo lo contrario: «lo que creo me hace ver».

Jesús se aparece ante Tomás y le muestra la realidad de su resurrección; los agujeros de los clavos y la lanza tienen gran importancia: Jesús no es un fantasma, o una aparición, o un recuerdo. Tampoco es un dios que se había disfrazado de ser humano, pero que ahora vuelve a su cielo, como relataban los mitos de los dioses griegos, a los que su apariencia humana no les influía en absoluto. Jesús es verdadero Dios que, como verdadero hombre ha sufrido la cruz y la muerte.

Y Tomás, en contra de lo que él mismo ha dicho, cree. Ante él se presenta Jesús, pero él va más allá, porque ha recuperado la fe, y afirma mucho más de lo que ve: «Señor mío y Dios mío». Una oración preciosa para que la hagamos nuestra.
Ésta es la cima que se proponía Juan con su evangelio. Podría habernos contado muchas más cosas, más detalles, más anécdotas, pero a él no le interesan. Lo único que quiere es transmitirnos un testimonio: él ha creído en Jesús, él ha descubierto en él al Mesías y al Hijo de Dios; por eso nos lo propone para que, si queremos, creamos también.

miércoles, 7 de abril de 2010

Orar con el Salmo 2

Los salmos de unción del rey, leídos en cristiano, nos recuerdan a Jesucristo, rey de reyes, pero con una realeza distinta, al “estilo” de Dios.
Salmo 2
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
"rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo".

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
"yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo".

Voy a proclamar el decreto del Señor;
Él me ha dicho: "Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza".

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Los reyes que se aliaron contra el Rey de Israel para nosotros pueden ser signo de los “reyes” que en nuestro interior luchan por oponerse a Dios, del poder que quizá ansiemos, del deseo de protagonismo, en definitiva, de cualquier rebeldía.
Por otra parte, el salmo reflexiona sobre el ser “hijo de Dios”. Nosotros somos también hijos de Dios, ungidos en el bautismo y la confirmación. Podemos agradecerle a Dios este don.
Como hijos, recibimos la herencia de Dios. Somos reyes y señores del mundo, porque estamos llamados a seguir a Jesús “a quien servir es reinar”, porque nuestra misión es transformar este mundo según los planes de Dios.