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sábado, 20 de febrero de 2010

Domingo 1 Cuar.: Las tentaciones de Jesús en el desierto

Domingo 1º Cuaresma C: Las tentaciones de Jesús en el desierto
Comentario al evangelio del domingo
Lucas 4,1-13

Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le contestó:
—Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre».
Después, llevándolo a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo:
—Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.
Jesús le contestó:
—Está escrito: «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto».
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece en las piedras».
Jesús le contestó:
—Está mandado: «No tentarás al Señor tu Dios».
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Os dejo hoy un comentario que he encontrado en el Misal de la Comunidad:

La vida humana está llena de pruebas. La seducción asalta a las personas y a los grupos. Muchos hombres están heridos por la tentación, cuando no vencidos por ella. Entre las múltiples pruebas que nos acechan, tres sobresalen por su importancia.
Somos tentados para que nos extralimitemos sobre nuestras posibilidades. Nos atrae desmesuradamente encontrar una fórmula que nos haga como dioses, conocedores y poseedores de la fuente de la vida. ¿Se puede encontrar un uno mismo el principio vital que nos ayude a recuperar las fuerzas perdidas? ¿Tenemos un pan propio que llegue a saciar el deseo de sobrevivir sin desgastarse? Cuando encontramos este pan, ¿no hemos convertido las piedras en pan, en fuente de nuestra propia debilidad?
Vivir con esperanza no es fácil. Tener constantemente una actitud de superación, tampoco. Por ello, las personas y los grupos buscan motivos espectaculares para mantener la fe; muchos esperan signos contundentes para creer. Pero los mesías no andan por los aleros de las casas altas para que nosotros creamos al verlos caer sin hacerse daño.
Otra seducción que asalta al hombre es la voluntad de poder o de dominio. Avasalla a todos y es origen de los grandes males sociales. La voluntad de poder segrega las clases e impide organizar unas estructuras en las que sea posible la igualdad humana, la libertad y la fraternidad.
Estas tres pruebas han asaltado también a Jesús. Su actitud es motivo de esperanza, pues muestra que el hombre puede enfrentarse a ellas con confianza de éxito.


Y por último la escena de la película «El hombre que hacía milagros» en la que aparecen las tentaciones, muy sugerente: www.youtube.com/watch?v=nKaVryH5eDM

viernes, 19 de febrero de 2010

¡10.000 visitas!

Muchas gracias a todos los que habéis hecho posible esta cifra.

Todavía no hemos cumplido los dos años y ya hemos llegado a las 10.000 visitas, 154 entradas sobre la Biblia y montones de comentarios vuestros muy interesantes. Internet está lleno de páginas acerca de la Biblia; nosotros pretendemos ser uno más, pero no uno cualquiera. Queremos aportar nuestro granito de arena desde un enfoque vital, existencial, cercano a la cotidianidad, que es lo que vivían y querían transmitir los autores bíblicos. Ellos (y ellas) no fueron eruditos encerrados en un despacho, sino personas que compaginaban su profunda espiritualidad y conciencia de Dios con una intensa unión con su pueblo, su gente, su historia, tantas veces dramática y hasta trágica. La Biblia no fue escrita por ángeles extraños al mundo, sino por seres de carne y hueso que comprendieron que Dios les estaba llamando a expresar Su mensaje con pasión y radicalidad. La Biblia no surge de un laboratorio, ni de ritos mágicos o esotéricos, sino de la pluma de seres humanos aferrados a la vida y a la esperanza contra toda esperanza.
Por eso, la Biblia tampoco quiere ser simplemente leída, sino pretende hacernos partícipes del dolor y la alegría, del sufrimiento y el gozo de aquellas gentes para que también nos contagiemos de su fe sólida, su anhelo de salvación, su pasión por el necesitado y por Dios, que viene a salvarnos.
Gracias de nuevo.

martes, 16 de febrero de 2010

Citas sobre espiritualidad del educador

Os dejo una cuantas citas que pueden servir para reflexionar y orar acerca de la espiritualidad del educador.

  • Mateo 9,36-38. «Al ver la multitud, sintió compasión … rogad al dueño de la mies...»
  • Mateo 14,13-21 (y paralelos de Mc, Lc y Jn). Multiplicación de los panes.
  • Mateo 12,22-33. Pedro camina sobre las aguas.
  • Mateo 20,16-20. Final del evangelio de Mt, «id y haced discípulos a todas las gentes...»
  • Marcos 2,13-17 (y paralelos de Mt y Lc). Vocación de Mateo.
  • Lucas 10,25-37. El buen samaritano.
  • Lucas 10,38-42. Marta y María.
  • Juan 10,1-18. El buen pastor. Se puede seleccionar algún fragmento, como 10,10b-15.
  • Juan 13,1-15. El lavatorio de los pies en la última cena.
  • Juan 13,34-35. El mandamiento nuevo.
  • Romanos 8,31-39. «Quién nos separará del amor de Cristo».
  • 2 Corintios 4,5-18. «Llevamos este tesoro en vasijas de barro».
  • 1 Juan 1,1-4. «Lo que han palpado nuestras manos os lo anunciamos...»

domingo, 14 de febrero de 2010

Domingo 6 C: El cardo borriquero

Hoy, además del evangelio, os traigo también la primera lectura, del profeta Jeremías, que me parece que dice cosas muy interesantes.
Jeremías 17,5-8

Así dice el Señor:
Maldito quien confía en el hombre,
y en la carne busca su fuerza,
apartando su corazón del Señor.
Será como un cardo en la estepa,
no verá llegar el bien;
habitará en la aridez del desierto,
tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor
y pone en el Señor su confianza:
Será un árbol plantado junto al agua,
que junto a la corriente echa raíces;
cuando llegue el estío no lo sentirá,
su hoja estará verde;
en año de sequía no se inquieta,
o deja de dar fruto.


Lucas 6,17.20-26

Jesús bajó del monte con los Doce y se paró en un llamo con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:
—Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
»Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
»Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.
»Dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os excluyan y os insulten y proscriba vuestro nombre como infame por causa del Hijo del hombre.
»Alegraos ese día y saltad de gozo; porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
»Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!
»¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
»¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
»¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.

Hay ocasiones en las que la Palabra de Dios es muy clara. Las imágenes que presenta hoy Jeremías, por ejemplo, se comprenden a la primera. Cualquiera de nosotros, aunque haya nacido en una ciudad y apenas conozca el campo, es capaz de distinguir un árbol seco de uno frondoso. La imagen del cardo en el desierto y la del árbol plantado junto al agua es expresión de dos formas de vida, de dos opciones de fondo que Jeremías nos pone delante para interrogarnos: ¿Cómo prefieres vivir? ¿Prefieres ser un árbol frondoso o un cardo reseco?
Desde luego que la respuesta es fácil e inmediata; nadie quiere ser un cardo borriquero. Pero la reflexión de Jeremías sigue adelante: ¿Y cuál es la diferencia entre una vida frondosa y otra raquítica? Si salíesemos a la calle a preguntar encontraríamos muchas respuestas diversas: El dinero, quizá, o la prosperidad; o bien la salud; o el amor..., «salud, dinero y amor» como los horóscopos.
Jeremías da una respuesta profunda, dice que lo que distingue una vida plena de otra vacía es, ante todo, la confianza en Dios. Su poema, creo que con toda la intención, comienza con un equívoco provocador: «Maldito quien confía en el hombre». Esta frase está puesta para llamarnos la atención y obligarnos a tomar partido. La respuesta espontánea es que no, que Jeremías se equivoca, que la confianza en las personas no es mala. Pero Jeremías es perfectamente consciente de ello, lo que sucede es que la frase no termina ahí, así que nos obliga a leerla con su final: «Maldito quien confía en el hombre … apartando su corazón del Señor». Esto es otra cosa, Jeremías no dice que la confianza en los familiares y en los amigos sea rechazable, sino que hay una confianza más profunda de la que no podemos prescindir: la confianza en Dios.
El que confía en Dios vive la vida en positivo, se levanta cada mañana dando gracias a Dios por el nuevo día, porque sabe que es un regalo del Señor que se renueva.
El que confía en Dios es optimista y mira el futuro con esperanza. No es ingenuo, puesto que conoce las dificultades (Jeremías menciona al final la sequía), pero es capaz de encontrar solidez en su vida, en sus creencias y convicciones, para que los problemas no le hundan; más bien se pone manos a la obra para intentar solucionarlos.
El que confía en Dios conoce el dolor, y a veces lo conoce muy de cerca, pero es consciente de que el mal nunca tiene la última palabra, de que el amor de Dios es mucho más poderoso.
El que confía en Dios es feliz, profunda y auténticamente feliz. Vive una forma de felicidad tan distinta que muchos no la reconocen. Jesús intentó decir esto mismo cuando proclamó las bienaventuranzas. En ellas él llama felices a los que muchos tacharían de infelices. Jesús parece absurdo, contradictorio, pero tan sólo está sacando a la luz las contradicciones, los absurdos de nuestro mundo.
Los que ponen su confianza en las riquezas y en los bienes materiales (y no pensemos en los multimillonarios, que nosotros mismos podemos caer muchas veces en esa falsa confianza) un día van a descubrir que su vida está vacía, hueca, sin sentido, apoyada sobre arena y sin cimientos. Igualmente los que han hecho del «Bienestar» el ídolo al que sacrificar su tiempo; o los que piensan que reír solos es suficiente, e ignoran a las multitudes dolientes del mundo que les rodea; o los que buscan reconocimiento social, fama y prestigio, creyendo que así alcanzarán la felicidad ansiada.
Nada de esto, dice Jesús, va a servir para nada. No son más que formas de muerte disfrazadas de vida en minúscula.
La propuesta de Jesús es otra muy distinta; va al corazón de la persona y le sugiere que coja su vida en sus manos, que sea capaz de ponerse a tiro del dolor y el sufrimiento, que sea capaz de vivir con convicciones profundas, de luchar por la justicia, de abandonar las comodidades solitarias para compartir lo poco que cada uno tenemos y somos.
Todo esto es un absurdo, la verdad, es el absurdo del amor loco de Dios por la humanidad, es el absurdo del «te quiero» intenso y desgarrado que Dios sigue gritando en cada corazón humano, es el absurdo del que piensa que nuestro mundo sí tiene solución, que la sociedad sí tiene sentido, que un mundo nuevo y mejor sigue siendo posible a pesar de todo.
Hoy, día de san Valentín, día de los enamorados, no está de más que recordemos la locura del amor más apasionado de la historia, fuente y origen de todos los amores que han sido, son y serán: Jesucristo chiflado por la humanidad hasta la muerte, hasta la última gota de su sangre, hasta el último suspiro de su aliento.

domingo, 7 de febrero de 2010

Domingo 5 C: Una invitación

Lucas 5,1-11

La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
-Rema mar adentro y echad las redes para pescar.
Simón contestó:
-Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo:
-Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
-No temas; desde ahora serás pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, le siguieron.

El evangelio de hoy llama la atención. Si no nos fijamos bien podemos entenderlo del revés: Menudo chollo, tener a Jesús en la barca; ¡así sí que se hace negocio! ¡Así cualquira se hace rico!
Sin embargo, lucas termina diciendo que los pescadores dejaron las barcas, más aún, lo dejaron todo, y en ese "todo" está incluida la redada de peces...
Seguramente el mensaje de este evangelio no tendrá nada de "comercial", sino que será más profundo. Veámoslo.

Estamos al principio del evangelio de Lucas, en el cap. 5. Poco antes ha comenzado la vida pública de Jesús, tras su bautismo y las tentaciones en el desierto. Hemos visto a Jesús enseñando en las sinagogas y haciendo curaciones; en algún lugar ha sido rechazado y en otros acogido.
El evangelio de hoy empieza también con la enseñanza de Jesús: la multitud se agolpa a su alrededor para escucharlo; la gente -de entonces y de ahora-, tiene necesidad de una palabra de vida, de salvación, de felicidad auténtica. Jesús tiene esa Palabra de Dios, se compadece de la multitud y les enseña.
Pero Jesús, desde el principio, también quiso formar a su alrededor un grupo de seguidores, una comunidad, la Iglesia. Lucas nos narra aquí la primera llamada a seguirlo, y justo antes, describe el encuentro con los pescadores en términos asombrosos. Jesús se "mete" en la vida de Simón, Santiago y Juan; irrumpe en su vida de repente.
  1. Simón está tan tranquilo, haciendo su trabajo, lavando las redes, cuando Jesús sube a su barca. Esa barca ahora va a servir para otra cosa, va a estar al servicio de Jesús. Jesús cambia el propio trabajo de Simón.
  2. Después insiste en que vayan a pescar, a pesar del cansancio acumulado. Simón podría negarse, hubiese sido lógico, pero se fía de Jesús.
  3. La fe de Simón es el primer paso para que Jesús haga el prodigio de la pesca. Pero hay más; la pesca es también símbolo de la evangelización, de la misión de los cristianos. Pescar sin Jesús no da resultados; en cambio, con Jesús el fruto del evangelio es incalculable.
  4. Al final del relato Simón reconoce a Jesús como "Señor" (al principio le había llamado sólo "maestro"), y obedece su llamada dejándolo todo.
El mensaje de Lucas, en realidad, no habla de pescados: dice que Jesús entra también en nuestra vida, como hizo con Simón.
  • Entra con su palabra, la Palabra de Dios, Palabra de Vida y felicidad.
  • Entra en nuestra vida cotidiana, en nuestro trabajo, en nuestro día a día.
  • Entra y nos pide que nos fiemos de él, nos pide fe.
  • Es capaz de hacer que nuestra vida dé fruto por encima de nuestras expectativas.
  • Y, por último, nos llama también a seguirle...
Lucas, además de narrar, nos está invitando. ¿Aceptamos su invitación?