Marcos 9, 37-42. 44. 46-47
Dijo Juan a Jesús:
—Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.
Jesús respondió:
—No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro.
»El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela; más te vale entrar manco en la Vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga.
»Y si tu pie te hace caer, córtatelo; más te vale entrar cojo en la Vida que ser echado con los dos pies al abismo.
»Y si tu ojo te hace caer, sácatelo; más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
¡Buf! ¡Qué duro se nos ha puesto aquí Jesús! Menos mal que sabemos que los orientales son exagerados cuando hablan y que tenemos claro que Jesús no está sugiriéndonos que nos mutilemos de ninguna forma (así que atención, lectores fundamentalistas... no tenéis nada que hacer con este texto).
Lo que queda claro es que Marcos no se va con sutilezas, márgenes de diplomacia, daños colaterales ni mandangas. Nos viene hoy a decir que estemos alerta, pero alerta de verdad; que vigilemos de cerca aquello que más vivimos (y las manos, pies y ojos son una buena metáfora de lo más necesario para vivir y actuar; la lengua podría haber sido también otra muy buena).
Personalmente me ha dado que pensar el condicional: «si tu mano...», «si tu pie...», etc. Es decir, que quede claro que Jesús no parte de la base –pesimista– de que seguro que nos hacen caer, tan sólo nos pone en guardia frente a una posibilidad muy real y muy cercana.
¿Cuál puede ser la respuesta ante esta invitación tan contundente? Hoy la llamamos «discernimiento». Jesús nos pide con claridad: examínate, ponte a prueba, mírate por dentro con atención y observa si tu forma de actuar (manos), si la orientación de tu vida (pies), si tus ilusiones, metas y objetivos (ojos) son los del Padre, o bien te van a hacer caer. Siéntate un rato, un buen rato, sin prisas y atrévete a revisar tu vida ante la mirada –amorosa pero exigente– de Dios.
El mensaje, por tanto, es muy actual. Hoy en día –como entonces– tendemos a vivir de prisa, a seguir costumbres, a actuar según lo que más o menos nos parece bien, pero sin dedicar tiempo a pensarlo, a coger las riendas de nuestra vida y reflexionar, a comparar lo que vivimos con lo que Jesús nos está proponiendo. Vivimos muy apegados a clichés, a ideas preconcebidas, incluso a prejuicios. Nos aburre que alguien pretenda explicarnos algo durante más de cinco minutos –¡qué rollo!–, y no queremos hacer el esfuerzo de pararnos y abrir los ojos, de dudar de nuestra propia solidez, de poner en cuestión la comodidad de nuestra vida.
De esta manera nunca llegaremos a aprender nada realmente nuevo; todo serán variaciones sobre lo ya sabido y resabido. Porque lo nuevo, lo verdaderamente alternativo, resulta extraño y sorprendente; lleva tiempo asumirlo, entenderlo, saborearlo. Y el mensaje de Jesús, aunque llevemos casi dos mil años proclamándolo, siempre suena radicalmente nuevo.
¿Nos atrevemos a aceptar el reto? ¿Sí?
Entonces a mí que toca dejar este comentario porque es tu turno continuarlo: ¿Qué es lo que hay en tus manos que te aparta de la Vida? ¿Qué hay en tus pies –en el camino de tu vida, en tus metas– que Jesús no aprobaría? ¿Qué hay en tus ojos –en tus metas y proyectos– que te aparte del mundo soñado por Dios?
Probablemente renunciar a esas cosas será doloroso, y mucho, pero te liberará de tal manera que podrás entrar en la Vida. Pruébalo.