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viernes, 25 de diciembre de 2009

¡Feliz Navidad!

Que el Niño Jesús que nace ilumine siempre tus pasos, bendiga tus proyectos y te encamine hacia el Dios Padre y Bueno que él nos anuncia.
¡Feliz Navidad!

(Detalle de la custodia del Templo del Sagrado Corazón del Tibidabo, Barcelona)

domingo, 20 de diciembre de 2009

Domingo. 4 Adv. ¡Se cumplirá!

Lucas 1,39-45

María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
—¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Lucas nos había narrado antes de este texto la anunciación a María, que sabemos que termina con la aceptación confiada de María: «Hágase en mí según tu palabra»; y de inmediato nos cuenta que María se pone en camino «deprisa» hacia la montaña (o mejor, la región montañosa) de Judá.
Hay un texto muy bonito del Antiguo Testamento en el que el Arca de la Alianza es llevada a la región montañosa de Judá. El Arca representaba la presencia de Dios en medio de su pueblo, y la casa en la que estuvo alojada se llenó de bendiciones de Dios.
Dicen los entendidos que Lucas quiere comparar a María con el Arca, porque en ella se están cumpliendo las promesas de Dios, ella lleva la presencia de Dios, por eso cuando llega a casa de Zacarías, «se llenó Isabel del Espíritu Santo».
Isabel, llena del Espíritu, llena de Dios, se pone a bendecir a Dios a voz en grito, como hacían los antiguos profetas de Israel. Y dice básicamente cuatro cosas:
  1. Bendice a María y a Jesús.
  2. Se reconoce humilde, porque no merece la visita de la madre del Señor.
  3. Reconoce que María trae la alegría a su vida.
  4. Declara feliz a María por su fe, porque ha creído en Dios, porque se ha fiado de Dios.
Como ya sabemos, Lucas nos cuenta esto para que nos «metamos dentro» del relato, para que nos interpele y sintamos que estamos diciendo lo mismo que Isabel, o que ella nos lo está diciendo:
  1. Lucas nos anima a rezar como Isabel, bendiciendo a María y a Jesús. De hecho, la conocida oración del Ave María, incluye esta frase del evangelio de Lucas: «Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús».
  2. El evangelista nos anima a reconocernos humildes, como Isabel. Sabemos que la humildad no es creernos inútiles, o inferiores, o míseros; somos criaturas de Dios y ya desde la primera página de la Biblia se nos dice que todo lo que Dios hace «es muy bueno». La humildad es tan sencilla como reconocer que «no merecemos» la visita de Dios. Pero esta es una de las ideas más bonitas de la Navidad: que es un regalo. Los regalos no son premios, ni intercambios, ni sobornos, ni sueldos; los regalos son gratuitos, como lo es Dios. Quizá por eso la Iglesia, cuando adaptó la fiesta romana del 25 de diciembre como fiesta cristiana del nacimiento de Jesús, aceptó también la costumbre que ya existía de hacerse regalos; porque vio que era un símbolo muy apropiado para expresar la gratuidad de Dios, totalmente inmerecida.
  3. La alegría que María nos trae es la alegría de Dios, la auténtica y profunda alegría fruto del esfuerzo, de la entrega, de la donación; y no la alegría superficial de la comodidad.
  4. Por último Lucas nos hace (o insinúa) una pregunta personal: ¿qué te ha dicho Dios? A María le ha anunciado que será la madre del salvador, e Isabel corrobora que «lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Ahora tenemos que pensar en qué nos ha dicho a nosotros Dios, a qué nos ha llamado, qué nos ha prometido. Dios promete su salvación, la vida plena, a través de un camino de amor y fraternidad que pone ante nosotros para que optemos libremente. Cada uno tendrá que dar su respuesta personal: ¿A qué me llama Dios? ¿Qué me promete en mi camino? Si miramos de verdad nuestra vida con fe, podemos estar seguros de que «lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá».

domingo, 13 de diciembre de 2009

Domingo. 3 Adv. Lección agrícola

Lucas 3,10-18

La gente le preguntaba: "Pues ¿qué debemos hacer?" 11 Y él les respondía: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo." 12 Vinieron también publicanos a bautizarse, que le dijeron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?" 13 Él les dijo: "No exijáis más de lo que os está fijado." 14 Le preguntaron también unos soldados: "Y nosotros ¿qué debemos hacer?" Él les dijo: "No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra paga." 15 Como el pueblo estaba expectante y andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo, 16 declaró Juan a todos: "Yo os bautizo con agua; pero está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 17 En su mano tiene el bieldo para aventar su parva: recogerá el trigo en su granero, pero quemará la paja con fuego que no se apaga." 18 Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva.

Juan Bautista vuelve a ser protagonista en el evangelio de hoy, como lo fue el domingo pasado. Es uno de los personajes centrales del Adviento por su anuncio inminente de la llegada del Mesías. Aunque él es bastante más exigente, al estilo de los antiguos profetas, y carga las tintas de su discurso en la seriedad de la opción que tenemos delante y en sus exigencias. Por ello utiliza las imágenes de la siega y del fuego que no se apaga donde se quema lo sobrante, lo que no sirve.



Antes de seguir, imagino que la imagen del «bieldo» y de «aventar la parva» no serán cotidianas para la mayoría. (Por cierto, para mí sí lo son, puesto que he trabajado en el campo y me ha tocado alguna vez esa misma tarea de aventar).
La forma antigua de separar el grano de la paja de los cereales (trigo, arroz, etc.) era haciendo pasar por encima del montón de espigas cortadas un «trillo», es decir, una tabla robusta de madera con salientes incrustados (de piedra los más antiguos, de metal más tarde). Con la ayuda de animales de tiro se arrastraba esta tabla por encima de las gavillas segadas. El grano ya maduro se separaba de la paja por la presión y quedaba de esta manera un montón de grano y paja sueltos, pero mezclados; esto se llama la «parva». Entonces venía la tarea de aventar, es decir, aprovechar la fuerza del viento para separar el grano de la paja. Con el bieldo, que es una especie de tenedor de madera muy grande (o simplemente con una pala) se lanza al aire la parva (podéis ver AQUÍ una foto); el grano, al ser más pesado, va cayendo más o menos en el mismo sitio, formando un montón; la paja, en cambio, al ser más ligera, es arrastrada por el viento más lejos. (Explicación de todo el proceso AQUÍ)
Esta operación tan ingeniosa, que seguro que se inventó hace milenios, sirvió desde hace siglos como metáfora de la vida misma. El grano, es decir, el fruto auténtico de la vida, pesa, es más sólido; en cambio la paja es arrastrada por el viento, es inconstante y volátil (ver, por ejemplo, el Salmo 1).

Por último comentar una frase que aparece en nuestro evangelio y que Lucas le tiene particularmente aprecio: «¿Qué tenemos que hacer?»
Hay distintos grupos que le hacen esta pregunta a Juan Bautista, y él les da respuestas distintas, apropiadas a cada situación: los publicanos cobraban impuestos, y podían aprovecharse de ello; los soldados también hacían uso de su fuerza para sus propios intereses; a todos ellos les dice que no permitan que su propio poder les domine. A la gente en general les hace propuestas solidarias: compartir la ropa, el alimento, etc., en la misma línea que hacemos hoy las recogidas de ropa y alimento para los necesitados (si es que no hemos inventado nada). La idea de fondo es similar: que las posesiones no te hagan esclavo, vive libre para poder disponer de tus cosas hasta regalarlas si hace falta.
La insistencia de Lucas en «qué tenemos que hacer» nos repite algo que ya sabemos, pero que resulta muy cómodo olvidar: seguir a Jesús toca nuestra vida concreta, nos transforma, afecta nuestra forma de vivir y de comportarnos. No basta con saber qué pensar, o qué sentir. Hay que ponerse manos a la obra.