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lunes, 20 de septiembre de 2010

Nueva página www.bibliayvida.com

Os anuncio por fin el nuevo formato de la web www.bibliayvida.com.

Todo el contenido sigue estando presente, incluyendo los comentarios que hacen tan interesante esta web con debates muy sugerentes de la mano de las lectoras y lectores.

Además, a partir de ahora, www.bibliayvida.com se compromete a ofrecer el comentario al evangelio del domingo el lunes anterior, para que pueda ser útil a quienes necesiten reflexionar el texto antes del fin de semana.

A partir de ahora este blog, que está hospedado en blogspot, queda obsoleto. Así que si tenías en tus favoritos la dirección antigua (javimat.blogspot.com), puedes cambiarla ya a www.bibliayvida.com. Perdemos por un lado la pestaña de "seguidores" de google; sin embargo en la nueva página cualquiera tiene la posibilidad de registrarse para identificarse, si quiere, en sus comentarios.

Gracias a todos los que habéis colaborado en hacerla más atractiva. Especialmente a Estelwen y a Andrómeda74, que han aportado sus opiniones y sugerencias. ¡Nos seguimos leyendo en la nueva web!

El pobre Lázaro y el rico

[Evangelio del domingo, 26 sep 2010].

Lucas 16, 19-31:

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
—Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse con lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba; y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
»Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Se murió también el rico y lo enterraron; y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham y a Lázaro en su seno y gritó:
»—¡Padre Abraham! Ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.
»Pero Abraham le contestó:
»—Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.
»El rico insistió:
»—Te ruego entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.
»Abraham le dice:
»—Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.
»El rico contestó:
»—No, padre Abraham. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
»Abraham le dijo:
»—Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.

El evangelio de Lucas nos regala unas cuantas parábolas de gran riqueza. La de hoy tiene aspectos fáciles de captar, pero también algunos matices no tan claros.
La presentación de los personajes es directa como suele ser en las parábolas: un rico y un pobre. De cada uno se dicen en pocas palabras los rasgos que los definen: el rico era muy rico, como demuestran sus vestidos lujosos y sus banquetes constantes; el pobre estaba también enfermo y hasta los perros –animales impuros y poco apreciados en oriente–, se le acercan.
Hay que fijarse en el dato –evidente, aunque no explícito–, del egoísmo del rico en contraste con la facilidad que tenía para darle algo al pobre. Si banqueteaba cada día y el pobre estaba en su propio portal, no le costaba nada dejarle la migajas.

Para redondear el contraste, Lucas le da un nombre al pobre, pero se lo niega al rico. Hoy conocemos la parábola como la del «rico Epulón y el pobre Lázaro», porque más tarde se le «puso» un nombre, pero Lucas ha querido, con toda su intención de historiador insolente, hacer todo lo contrario de lo que ha hecho –y hace– casi siempre la Historia: ponerle nombres a los ricos y no a los pobres. «Lázaro», además, significa «Dios ayuda» en hebreo. Aunque parezca un nombre poco apropiado para un pobre mendigo enfermo, lo es si consideramos su vida «entera», es decir, incluyendo también el consuelo que recibe junto a Abraham.

La muerte de ambos personajes marca contrastes. Lázaro es llevado por los ángeles, que en aquella época la religiosidad popular (judía y griega) consideraba «guías de los muertos». En cambio, del rico sólo se dice con frialdad que «fue sepultado». Muy gráfico: uno para arriba y el otro para abajo.

En la otra vida encontramos al rico pidiendo menos de lo que pedía Lázaro. Si el pobre había deseado las migajas, ahora el rico tan sólo anhela una mísera gota de agua. Abraham le plantea que tuvo oportunidad en su vida de tomar opciones, pero que ya no la tiene; esto lo expresa el abismo que nadie puede cruzar. Y además le recuerda los bienes abundantes que recibió en vida. Lo que Abraham no dice –aunque sigue siendo evidente–, es que Lázaro recibió los males precisamente por el egoísmo del rico. La frase de Abraham fuera de contexto suena muy mal: «Si sufres en la vida vas al cielo, si disfrutas de la vida, al infierno». Es una pena que se haya interpretado así más de una vez el mensaje cristiano, como si Jesús quisiese hacernos a todos unos amargados. Nada de eso, sólo que Lucas aquí ha dejado bastante claro para el lector inteligente que el rico era realmente un egoísta.

En este momento el rico sufre una transformación; por primera vez piensa en alguien distinto de él: en su familia. Esto no lo convierte de repente en un santo, pero creo que hay que subrayarlo. Lo único que conocíamos del rico era su egoísmo; ahora lo vemos preocupado por sus hermanos, porque los conoce y sabe que ellos llevan su misma vida y, por tanto, acabarán como él.
Siempre me ha llamado la atención una frase del Silmarillion de Tolkien, en la que al hablar del malvado Sauron afirma que «era menor en maldad que su amo (el ‘dios’ malvado Melkor) sólo porque durante mucho tiempo sirvió a otro (a Melkor) y no a sí mismo ».
El único motivo para ser ‘menos malo’ es no ponerse a uno mismo en el centro, ser ego-céntrico, sino des-centrarse, poner a otros en el centro, que es lo que está haciendo el rico al acordarse de su familia.
Aquí la parábola cambia de mensaje –el primero parece que ya ha quedado claro–, y continúa con una reflexión acerca de cómo convertirse, cómo darse cuenta del propio pecado, del propio egoísmo, y cambiar de vida. El rico tiene una idea bastante cercana a la que muchos tienen hoy: sólo las grandes experiencias, las que causan un profundo impacto, las que son inesperadas, las que rompen la cotidianidad, podrán transformar el corazón del hombre. Más de una publicidad de hoy se mueve en esta línea, proponiendo sensaciones únicas, novedosas, envolventes, como ideal de placer y diversión, y hasta de felicidad.
Para el rico, la aparición de un muerto es lo único que haría que sus hermanos se arrepintiesen de su egoísmo; su propuesta es desesperada, ¿qué puede hacer él desde donde está para evitarles el tormento a sus hermanos? La respuesta de Abraham es desconcertante; si no fuese porque sabemos que es un tipo serio, parecería que se está cachondeando del rico. Ante la petición de algo realmente excepcional e impactante, el sabio anciano le propone una solución totalmente opuesta: que escuchen a Moisés y a los profetas, es decir, que hagan caso de los libros sagrados judíos, que eran tan cotidianos para un judío como el hielo para un esquimal.
La respuesta de Abraham no tiene nada de burla, para él la salvación está al alcance de la mano, en la cotidianidad de las oraciones de cualquier judío, de la celebración semanal en la sinagoga. No hay que buscar sensaciones impactantes, transformaciones espectaculares... la vida cotidiana y normal es la aventura más apasionante que podemos vivir. En ella está Dios ofreciéndonos todo su amor, su cariño, su perdón. ¿Por qué buscar a Dios en el terremoto, en la tormenta, en el relámpago, si lo podemos encontrar en la suave brisa de la tarde? (Sin negar la posibilidad de que Dios, si le da la gana, intervenga de forma excepcional en la vida de alguien; y si no que se lo digan a Saulo de Tarso. Lo que queda claro es que nadie puede obligar a Dios a actuar según su capricho).

En el final de la parábola todavía guarda Lucas una sorpresa en la manga con un juego de palabras muy sugerente. Al hilo de la petición del rico, Abraham concluye que la resurrección de un muerto no podrá cambiarles la vida a los que no aceptan a Moisés y a los profetas. Él está hablando de la resurrección del pobre, que era la propuesta del rico, pero Lucas sabe que los que oyen su relato son cristianos, que pueden relacionarlo con la resurrección de Jesús. Así Lucas pasa del simple mensaje de «no seáis egoístas» a otro más profundo: La Ley judía –Moisés y los profetas–, es la preparación para comprender a Jesús y su resurrección.

Para nosotros la parábola es una invitación a la misericordia y a la generosidad con los pobres, que es aquello que le faltaba al rico y que ya estaba anunciado en la Ley judía. Esa actitud nos acercará a entender la resurrección de Cristo más que una aparición efectista de luces y voces del más allá. En la cotidianidad de la Palabra de Dios que leemos, escuchamos, meditamos y comentamos entre todos está la fuerza que puede transformar nuestra vida.

Por último, os dejo una curiosidad numérica. En la Biblia el número siete representa la plenitud, y el seis, que quiere ser siete pero no llega, la imperfección. El rico de la parábola dice tener cinco hermanos, formando entre todos un grupo de seis ricos egoístas. Si hubiesen aceptado a Lázaro como hermano, se hubiesen convertido con su gesto de generosidad y misericordia en una familia perfecta.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Poderoso caballero es don Dinero

Evangelio del domingo, 19 sep 2010.
Lucas 16,1-13:

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
—Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo:
»—¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido.
»El administrador se puso a a echar sus cálculos:
»—¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.
»Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo, y dijo al primero:
»—¿Cuánto debes a mi amo?
»Éste respondió:
»—Cien barriles de aceite.
ȃl le dijo:
»—Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe ‘cincuenta’.
»Luego dijo a otro:
»—Y tú, ¿cuánto debes?
»Él contestó:
»—Cien fanegas de trigo.
»Le dijo:
»—Aquí está tu recibo; escribe ‘ochenta’.
Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
»Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
»El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado.
»Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, lo vuestro ¿quién os lo dará?
»Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

Confieso que el comentario de esta semana me ha resultado muy difícil. La parábola lo es. A lo largo de la historia se han dado múltiples interpretaciones y han corrido ríos de tinta, pero tan sólo para constatar que no está claro a qué se refería Jesús cuando pronunció este relato, ni qué matices quería añadir Lucas cuando añadió las frases finales.

El administrador obra injustamente, así que queda descartado que sea un modelo de actuación para nosotros en su forma de hacer. Algunos han sugerido que los cambios en los recibos sólo eran revisiones a la baja de unos intereses exagerados; de esta forma el administrador sería hasta buena persona, que se arrepiente de haber inflado tanto los recibos con su comisión, y ahora renuncia a ella para ganarse amigos. Así el dueño que lo despide, en realidad, no estaría perdiendo nada de lo suyo.
Pero no parece que sea éste el sentido de la parábola. A Lucas le preocupa menos la justicia concreta del personaje, y se fija tan sólo en su actitud previsora y astuta ante la dificultad.
En el fondo, para Lucas todo dinero es injusto. En aquella época, nadie tenía monedas más que los ricos; la clase media de ahora no existía, y los que tenían algo para vender (podríamos llamarlos los «menos pobres» del pueblo) lo intercambiaban por otros productos sin llegar a ver relucir nunca el oro y muy pocas veces la plata. Por tanto, si Jesús cuenta una parábola en la que los ejemplos se cuentan por cientos (cien barriles de aceite, cien fanegas de trigo), el auditorio entendía enseguida que se trataba de ricos de verdad.
En este contexto, Lucas hace una suposición automática: los ricos son injustos. Tanto el dueño como el administrador viven en ese mundo de injusticia tan alejado del mensaje y la vida de Jesús.
Hoy en día podríamos no estar de acuerdo, puesto que existen personas con grandes fortunas que hacen cuantiosas donaciones dedicadas a personas necesitadas. También existe una amplia «clase media» que no es rica... pero que podría ciertamente donar más a los que sí son pobres.

El tema es muy fácil cuando se habla de los demás: algunos dicen que la Iglesia debería vender todo el Vaticano y darle el dinero a los pobres, otros pagan sumas astronómicas –nunca mejor dicho– para pasar unos días de vacaciones en la estación espacial, algunos deportistas reciben sueldos que no cobran muchos miles de trabajadores africanos juntos... Pero hablar de los demás nunca ha conseguido acercar a nadie a Dios.

Lucas quiere con este texto provocarnos nuestra reflexión en dos sentidos: Por un lado, nos mueve a preguntarnos, ¿cuánta confianza ponemos en las riquezas, en los bienes, en la seguridad que nos da un techo, o una nevera? ¿Hacemos uso de lo que tenemos con total libertad y podemos renunciar a ello en cuanto vemos la necesidad de otra persona? ¿O más bien son las cosas las que, de forma muy sutil, nos esclavizan?
Por otro quiere quitarle importancia al dinero poniéndonos como ejemplo de astucia a un administrador que se encontraba entre la espada y la pared. El despido del administrador en seguida se interpretó como símbolo del juicio final, de la decisión fundamental de la vida: ¿Yo para qué vivo? ¿Cuando me muera, qué me llevaré conmigo? Queda claro que no es la injusticia lo que quiere Lucas que imitemos, pero sí pretende que relativicemos nuestra relación con las riquezas.
A lo largo del evangelio, Lucas insiste en que el principal fin de las riquezas es compartirlas con las que las necesitan. De hecho, después del texto de hoy nos contará la parábola del rico y del pobre Lázaro, que insiste en el mismo tema.

El dinero se convierte fácilmente en un señor, en un dueño, en un tirano, en un «poderoso caballero» al que se debe servir a costa de la propia libertad. Es incompatible con el «servir» a Dios, que tiene un significado contrario, porque Dios mismo quiere nuestra libertad, nuestro crecimiento, nuestra vida en autenticidad.
Nadie puede servir a dos señores. ¿A quién sirves tú?

De mudanzas...


Estos días estamos remodelando la web www.bibliayvida.com.
Hasta ahora el contenido de la web se almacenaba en un blog externo a ella, pero nos gustaría que todo quedase integrado en el mismo espacio.
Podéis echarle un vistazo a cómo está quedando en www.bibliayvida.com/prueba
Os agradeceré mucho vuestros comentarios sobre la nueva estética de la página.
¡Gracias!

sábado, 11 de septiembre de 2010

Domingo 24 C. La alegría de Dios.

Lucas 15, 1-32

Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
—Ése acoge a los pecadores y come con ellos.

Jesús les dijo esta parábola:
—Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles:
»— ¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido.
»Os digo que así también habrás más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

»Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:
»—¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido.
»Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.

También les dijo:
—Un hombre tenía dos hijos; el menos de ellos dijo a su padre:
»—Padre, dame la parte de la herencia que me toca.
»El padre les repartió los bienes.
»No muchos días después, el hijo menos, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
»Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago con las algarroba que comían los cerdos. Y nadie le daba nada.
»Recapacitando entonces, se dijo:
»— Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.’
»Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
»Su hijo le dijo:
»—Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
»Pero el padre dijo a sus criados:
»—Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado.
»Y empezaron el banquete.
»Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile y, llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó:
»—Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.
»Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre:
»—Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mi nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con prostitutas, le matas el ternero cebado.
»El padre le dijo:
»—Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado.

La liturgia de hoy nos regala un texto largo, denso y sugerente. Son tres parábolas con las que Jesús responde a las críticas de los que se creían expertos en la ley de Moisés. Jesús acogía a los pecadores, y ello le costó las murmuraciones de fariseos y escribas. No era normal actuar así entre los rabinos o predicadores; los hombres tenidos por ‘justos’ u honorables evitaban juntarse con pecadores. Pero Jesús responde poniendo como ejemplo el mismísimo corazón de Dios. «Yo actúo así», viene a decir, «porque así actúa Dios, porque Dios es amor y es perdón, porque Dios siempre acoge.»

El comentario a la tercera parábola, la que se suele conocer como la del «hijo pródigo», lo podéis encontrar en el domingo 14 de marzo (pinchando AQUÍ), junto con un debate muy interesante de la mano de tres lectoras -y participantes- del blog.
A continuación os dejo un breve comentario de las otras dos: La oveja perdida y la moneda perdida.

La oveja perdida y la moneda perdida son dos parábolas gemelas, tan parecidas que algún autor afirma que forman una sola parábola. De hecho su estructura es casi idéntica, lo cual es un mecanismo retórico para conducir al lector hacia un punto que comentaremos luego.
Ni la profesión de pastor ni el hecho de ser mujer resultaban comparaciones agradables para los fariseos y los escribas, a los que van dirigidas las parábolas. Los pastores estaban mal vistos por las «gentes de bien» (quizá por ello el mensaje del nacimiento de Jesús, según Lucas, va dirigido primero a ellos, y no a los grandes sabios ni a los sacerdotes). Pero Jesús está recordando un pasaje del profeta Ezequiel en el que Dios se queja de que los «pastores», es decir, los dirigentes del pueblo de Israel, no están gobernando con justicia y equidad, como corresponde a su rango de «enviados de Dios». El poema de Ezequiel acaba afirmando que Dios mismo será el pastor, Dios en persona vendrá al mundo a regir a su pueblo con su bondad y justicia.
Hay otro contraste muy intencional en la parábola: «¿Quién de vosotros, si pierde una oveja, no deja las noventa y nueve...?» ¡Pues nadie! Ningún pastor deja las noventa y nueve en el campo y se va a buscar una, que encima es díscola, despistada, o tonta. En cambio, Dios sí. Dios va en busca del pecador en cualquier circunstancia, forman parte de su ser la bondad, la acogida, el perdón.
El pastor, que representa a Dios, encuentra al final a su oveja; esto también es un alivio para el pecador, la parábola no habla de la posibilidad de que se quede perdida. ¡Cómo podría, si es Dios mismo quien la busca!
Por último, el no va más de los despropósitos, el pastor se carga con la oveja y monta una fiesta con sus amigos y vecinos para celebrarlo. ¡Tanto ruido por una oveja! ¡Si total, le quedaban noventa y nueve! Pues ese es el subrayado: Dios cuida de cada uno, sin hacer números, sin calcular la «importancia» de cada uno. Todos sus hijos merecen una misma fiesta. Todo esto es expresado con la palabra «alegría», que también puede significar «hacer fiesta». La misma parábola tiene su explicación: La alegría de Dios es la conversión del pecador. Pero, ¿no se alegra Dios también por los justos? Veamos.

La segunda parábola sigue, como decíamos, el mismo patrón que la anterior con muchos elementos en común. Esta vez es una mujer la que representa a Dios; en concreto la actitud de buscadora detallista y eficaz es la que expresa bien cómo Dios busca a los pecadores. El pastor buscaba a quien se perdió fuera de casa, la mujer busca al perdido dentro de la casa (esto se verá después en la parábola del «hijo pródigo», en la que un hijo se pierde en un país lejano, pero el otro nunca se había separado de su padre; aún así, ambos están perdidos, cada uno a su manera).
La fiesta que organiza la mujer con sus amigas y vecinas es igualmente un despropósito, seguro que le costó más dinero que la propia moneda encontrada. Esto es porque el amor y el perdón de Dios se desborda de tal manera, que sólo los derrochadores pueden simbolizarlo bien.
Y de nuevo, en la explicación de la parábola, la alegría es la clave que describe a Dios; alegría por el pecador que se convierte... ¡Anda!, ya no habla de los «nueve justos que no necesitan conversión».
En mi opinión, las dos parábolas son tan simétricas, para que el lector genere unas expectativas sobre el final de la segunda. Si la primera terminaba hablando de los «noventa y nueve justos», se esperaría que la parábola de la moneda mencionase a «nueve justos», pero no lo hace, generando así un «hueco», una «expectativa frustrada» ante la cual comienza la gran parábola de los dos hermanos y el padre bueno. El mensaje es el siguiente: no existen esos «noventa y nueve justos que no necesitan conversión», todos, de una manera u otra, deben reflexionar sobre su cercanía o lejanía de Dios. Los fariseos y escribas que critican a Jesús y se sienten «justos», deben también meditarlo; a ellos van dirigidas en primer término estas parábolas.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Domingo 23: I want it all! ¡Lo quiero todo!

Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
—Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
»Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.
»¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”
»¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
»Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.
¿Estás de broma, Lucas?
¿Posponer a madre y padre, a hermanos, hermanas, hijos e hijas?
¿De qué estás hablando?
Lucas es un evangelista muy educado; muchas veces facilita la comprensión de las palabras de Jesús, las explica, reduce las palabras ásperas y duras que podrían llevar a errores y subraya el carácter amable de Jesús, su misericordia y compasión frente a las multitudes que se sentían necesitadas. No es como Marcos, más provocador o Juan, más reflexivo y místico.
Y, sin embargo, Lucas no ha querido recortar de su evangelio estas palabras de Jesús tan directas, duras y escandalosas.
Vayamos por partes. Decía Sherlock Holmes, que, cuando se ha eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad. Así que empecemos eliminando la interpretación imposible: Jesús no nos pide que dejemos de amar a nuestra familia. Esto es evidente porque conocemos los grandes rasgos del mensaje de Jesús que nos transmite todo el Nuevo Testamento y también la tradición de la Iglesia; sabemos que el amor es el pilar central de todo su mensaje. Nunca podemos interpretar un texto del Evangelio fuera de su contexto, porque pierde su sentido (de hecho, y es una pena, esto de sacar de contexto se ha hecho muchas veces en la historia, y se sigue haciendo; uno de los objetivos más importantes de la ciencia bíblica actual es intentar entender los textos en su contexto). Pero volvamos a nuestro Evangelio de hoy.

La explicación de la primera frase, tan enigmática, viene en un par de parábolas que son, por contraste, facilísimas de entender: ¡Siéntate a pensar! De hecho, Lucas sabía que iba a escandalizar a su auditorio con la primera frase; lo hace a propósito para que presten atención a lo que sigue, que es tan fácil que podría pasar inadvertido.
Las parábolas las puede entender hasta un niño. Antes de hacer algo, hay que sentarse a pensar en el camino, en cómo hacerlo, en los riesgos, en las posibilidades.

La sorpresa que nos deparan estas parábolas es que el “algo” del que estamos hablando implica la vida entera. No se trata de una torre que un arquitecto construye una vez (puede hacer después muchas otras), ni de una batalla de un rey que más tarde se podrá enzarzar en muchas otras. Se trata de que Jesús está mostrando claramente las dimensiones de su mensaje: Lo quiero todo.

Vivimos en un mundo acostumbrado a las parcelaciones, a las casillas, a los sectores, a los compartimentos. Dicen los expertos que en nuestra sociedad muchos están “fragmentados”. Jesús es, entonces, mucho más revolucionario ahora que antes. Centrar la vida en él, dice, nos va a llevar a la plenitud de nosotros mismos. Parece paradójico, porque nosotros muchas veces queremos “tiempo para mí”, “bienestar para mí”, “comodidad para mí”. Y estamos dispuestos, después, a dar algo de nuestro tiempo, bienestar o comodidad a los demás.
Para Jesús eso está muy bien, pero no basta. Seguro que veía ante él seguidores de muy distinto pelaje. Personas que, de verdad, lo habían abandonado todo por seguirle –pensemos en Pedro, o en María Magdalena–, otros que esperaban tan sólo un milagro –los evangelios están llenos de ejemplos–, y muchos otros sin definir que posiblemente no tenían claro ni ellos mismos cuánto estaban dispuestos a dar por Jesús.
Lucas se encontraría en la misma situación; quería transmitir el mensaje de Jesús a una comunidad en la que vería también creyentes de todo tipo. Y hoy, en nuestras comunidades, la realidad puede ser muy parecida. Hace unas pocas décadas, casi todo el mundo era cristiano quizá porque “tocaba”, porque “todos lo eran”; hoy, afortunadamente, los cristianos somos un poco más conscientes de nuestra fe, aunque seamos menos en número.
Pero siempre viene bien que nos recuerden esta lectura: Jesús no es un apéndice de nuestra vida. Seguirle no es un marco bonito que le ponemos al foto-libro de nuestra historia. Él no nos engaña: nos promete la felicidad, la que dura, la auténtica, la que nunca termina, pero nos pide a cambio que centremos en él nuestra vida, nuestra existencia, nuestros sueños. Hay una manera “cristiana” de vivir, hay una manera “cristiana” de conducir, de navegar en Internet, de superar las jugarretas de otros, de considerar el futuro, hasta de hacer la compra o de cerrar el grifo.
No es necesario que a los cristianos nos distinga ningún folclore, ningún ropaje, ninguna comida o bebida. Tan sólo que los demás puedan decir: “Mirad cómo se aman”.
Pero este camino, nos avisa Jesús, no se anuncia con las coletillas publicitarias típicas: “sin esfuerzo”, “en siete días”, “rápido, fácil y eficaz”. Todo lo contrario: “TOMA TU CRUZ Y SÍGUEME”. Jesús no ha hecho ningún cursillo de marketing.


Os dejo, para terminar este comentario, el video de una famosa canción de Queen: “I want it all”, con subtítulos en castellano. Aunque originalmente no tenga mucho que ver, parte de su texto encaja muy bien con lo que Jesús nos quiere decir hoy. Os propongo este ejercicio; imaginad que es Jesús mismo el que os canta la canción directamente a vosotros. Quizá alguna frase os sorprenderá; ¿os animáis a compartirla en los comentarios?



(Para los que no puedan ver el vídeo, os dejo también el enlace AQUí)