Lucas 21,25-28.34-36
Dijo Jesús a sus discípulos:
—Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.
»Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.
Hay tres evangelios que nos presentan un discurso de Jesús sobre, lo que podríamos llamar, «el fin del mundo»; son Marcos, Mateo y Lucas. Pero cada uno es muy distinto de los otros porque adapta mucho las palabras de Jesús según la situación de su comunidad y la forma de expresarse de su propia cultura. Mateo, por ejemplo, escribe a una comunidad que conocía muy bien el judaísmo y las Sagradas Escrituras, pero Lucas tiene ante sí un auditorio muy distinto, de cultura más bien griega, a la que la simbología judía no le dice tanto.
La lectura de hoy nos presenta dos fragmentos del final de ese discurso según Lucas. Al principio estas mismas palabras podían sonar terroríficas: los astros que se tambalean, los signos en el sol, la luna y las estrellas... Los primerísimos cristianos estaban convencidos de que el fin del mundo estaba a punto de llegar; que Jesús iba a volver de un momento a otro para instaurar su Reino. Por eso las noticias de guerras y revoluciones eran recibidas con inquietud y siempre con la misma duda: ¿Será esta la guerra definitiva? ¿Se acabará el mundo pasado mañana?
La guerra que más impresionó a los cristianos de Israel sucedió al final de los años 60 y terminó con la destrucción de Jerusalén y del Templo en el año 70 por parte de los romanos. Pero, después de la derrota, no llegó el fin del mundo, por lo que los mismos cristianos tuvieron que replantearse sus ideas y empezaron a pensar que quizá no era tan inminente. La cosa se retrasaba, ¿se había equivocado Jesús? ¿O más bien lo habían interpretado mal?
Lucas no es el único que nos muestra esta reflexión. Él está convencido, como los cristianos lo estamos ahora, de que el mundo se acabará y que al final triunfará el bien sobre el mal. Pero, mientras esperamos, tenemos trabajo que hacer. Por eso lo más importante del discurso que Lucas nos presenta no está en el futuro, que nadie conoce, sino en el presente. El evangelista pone ante sus lectores dos actitudes; las dos tienen que ver con el fin del mundo, pero se viven ya desde ahora. El día de mañana queda demasiado lejos, de lo que se trata es de vivir en profundidad el ahora:
- La primera actitud es superficial; la de aquellos que se asustan ante las desgracias, los que viven con miedo porque en el fondo no tienen esperanza. Lucas menciona el vicio, el alcohol y el dejarse llevar por los agobios de la vida; pero son sólo tres ejemplos para que nosotros, los lectores, podamos añadir más; todo aquello que nos saca de nosotros mismos, que no nos deja ir a lo profundo, que nos hace superficiales.
- La segunda actitud está llena de esperanza; la representa con la postura erguida, la cabeza alta y el estar siempre despierto, alerta, vigilante, deseoso de ver a Jesús. El creyente no sucumbe ante las desgracias, porque su confianza está firme en Dios (lo cual no significa que no las sufra, porque el sufrimiento está presente en la vida de todos; lo distinto es la actitud vital ante ese mismo sufrimiento). Lucas añade además un tema que le encanta: la oración. «Pidiendo fuerza» es la forma que tiene de aludir a la plegaria confiada y constante.