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viernes, 25 de diciembre de 2009

¡Feliz Navidad!

Que el Niño Jesús que nace ilumine siempre tus pasos, bendiga tus proyectos y te encamine hacia el Dios Padre y Bueno que él nos anuncia.
¡Feliz Navidad!

(Detalle de la custodia del Templo del Sagrado Corazón del Tibidabo, Barcelona)

domingo, 20 de diciembre de 2009

Domingo. 4 Adv. ¡Se cumplirá!

Lucas 1,39-45

María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
—¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Lucas nos había narrado antes de este texto la anunciación a María, que sabemos que termina con la aceptación confiada de María: «Hágase en mí según tu palabra»; y de inmediato nos cuenta que María se pone en camino «deprisa» hacia la montaña (o mejor, la región montañosa) de Judá.
Hay un texto muy bonito del Antiguo Testamento en el que el Arca de la Alianza es llevada a la región montañosa de Judá. El Arca representaba la presencia de Dios en medio de su pueblo, y la casa en la que estuvo alojada se llenó de bendiciones de Dios.
Dicen los entendidos que Lucas quiere comparar a María con el Arca, porque en ella se están cumpliendo las promesas de Dios, ella lleva la presencia de Dios, por eso cuando llega a casa de Zacarías, «se llenó Isabel del Espíritu Santo».
Isabel, llena del Espíritu, llena de Dios, se pone a bendecir a Dios a voz en grito, como hacían los antiguos profetas de Israel. Y dice básicamente cuatro cosas:
  1. Bendice a María y a Jesús.
  2. Se reconoce humilde, porque no merece la visita de la madre del Señor.
  3. Reconoce que María trae la alegría a su vida.
  4. Declara feliz a María por su fe, porque ha creído en Dios, porque se ha fiado de Dios.
Como ya sabemos, Lucas nos cuenta esto para que nos «metamos dentro» del relato, para que nos interpele y sintamos que estamos diciendo lo mismo que Isabel, o que ella nos lo está diciendo:
  1. Lucas nos anima a rezar como Isabel, bendiciendo a María y a Jesús. De hecho, la conocida oración del Ave María, incluye esta frase del evangelio de Lucas: «Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús».
  2. El evangelista nos anima a reconocernos humildes, como Isabel. Sabemos que la humildad no es creernos inútiles, o inferiores, o míseros; somos criaturas de Dios y ya desde la primera página de la Biblia se nos dice que todo lo que Dios hace «es muy bueno». La humildad es tan sencilla como reconocer que «no merecemos» la visita de Dios. Pero esta es una de las ideas más bonitas de la Navidad: que es un regalo. Los regalos no son premios, ni intercambios, ni sobornos, ni sueldos; los regalos son gratuitos, como lo es Dios. Quizá por eso la Iglesia, cuando adaptó la fiesta romana del 25 de diciembre como fiesta cristiana del nacimiento de Jesús, aceptó también la costumbre que ya existía de hacerse regalos; porque vio que era un símbolo muy apropiado para expresar la gratuidad de Dios, totalmente inmerecida.
  3. La alegría que María nos trae es la alegría de Dios, la auténtica y profunda alegría fruto del esfuerzo, de la entrega, de la donación; y no la alegría superficial de la comodidad.
  4. Por último Lucas nos hace (o insinúa) una pregunta personal: ¿qué te ha dicho Dios? A María le ha anunciado que será la madre del salvador, e Isabel corrobora que «lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Ahora tenemos que pensar en qué nos ha dicho a nosotros Dios, a qué nos ha llamado, qué nos ha prometido. Dios promete su salvación, la vida plena, a través de un camino de amor y fraternidad que pone ante nosotros para que optemos libremente. Cada uno tendrá que dar su respuesta personal: ¿A qué me llama Dios? ¿Qué me promete en mi camino? Si miramos de verdad nuestra vida con fe, podemos estar seguros de que «lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá».

domingo, 13 de diciembre de 2009

Domingo. 3 Adv. Lección agrícola

Lucas 3,10-18

La gente le preguntaba: "Pues ¿qué debemos hacer?" 11 Y él les respondía: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo." 12 Vinieron también publicanos a bautizarse, que le dijeron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?" 13 Él les dijo: "No exijáis más de lo que os está fijado." 14 Le preguntaron también unos soldados: "Y nosotros ¿qué debemos hacer?" Él les dijo: "No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra paga." 15 Como el pueblo estaba expectante y andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo, 16 declaró Juan a todos: "Yo os bautizo con agua; pero está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 17 En su mano tiene el bieldo para aventar su parva: recogerá el trigo en su granero, pero quemará la paja con fuego que no se apaga." 18 Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva.

Juan Bautista vuelve a ser protagonista en el evangelio de hoy, como lo fue el domingo pasado. Es uno de los personajes centrales del Adviento por su anuncio inminente de la llegada del Mesías. Aunque él es bastante más exigente, al estilo de los antiguos profetas, y carga las tintas de su discurso en la seriedad de la opción que tenemos delante y en sus exigencias. Por ello utiliza las imágenes de la siega y del fuego que no se apaga donde se quema lo sobrante, lo que no sirve.



Antes de seguir, imagino que la imagen del «bieldo» y de «aventar la parva» no serán cotidianas para la mayoría. (Por cierto, para mí sí lo son, puesto que he trabajado en el campo y me ha tocado alguna vez esa misma tarea de aventar).
La forma antigua de separar el grano de la paja de los cereales (trigo, arroz, etc.) era haciendo pasar por encima del montón de espigas cortadas un «trillo», es decir, una tabla robusta de madera con salientes incrustados (de piedra los más antiguos, de metal más tarde). Con la ayuda de animales de tiro se arrastraba esta tabla por encima de las gavillas segadas. El grano ya maduro se separaba de la paja por la presión y quedaba de esta manera un montón de grano y paja sueltos, pero mezclados; esto se llama la «parva». Entonces venía la tarea de aventar, es decir, aprovechar la fuerza del viento para separar el grano de la paja. Con el bieldo, que es una especie de tenedor de madera muy grande (o simplemente con una pala) se lanza al aire la parva (podéis ver AQUÍ una foto); el grano, al ser más pesado, va cayendo más o menos en el mismo sitio, formando un montón; la paja, en cambio, al ser más ligera, es arrastrada por el viento más lejos. (Explicación de todo el proceso AQUÍ)
Esta operación tan ingeniosa, que seguro que se inventó hace milenios, sirvió desde hace siglos como metáfora de la vida misma. El grano, es decir, el fruto auténtico de la vida, pesa, es más sólido; en cambio la paja es arrastrada por el viento, es inconstante y volátil (ver, por ejemplo, el Salmo 1).

Por último comentar una frase que aparece en nuestro evangelio y que Lucas le tiene particularmente aprecio: «¿Qué tenemos que hacer?»
Hay distintos grupos que le hacen esta pregunta a Juan Bautista, y él les da respuestas distintas, apropiadas a cada situación: los publicanos cobraban impuestos, y podían aprovecharse de ello; los soldados también hacían uso de su fuerza para sus propios intereses; a todos ellos les dice que no permitan que su propio poder les domine. A la gente en general les hace propuestas solidarias: compartir la ropa, el alimento, etc., en la misma línea que hacemos hoy las recogidas de ropa y alimento para los necesitados (si es que no hemos inventado nada). La idea de fondo es similar: que las posesiones no te hagan esclavo, vive libre para poder disponer de tus cosas hasta regalarlas si hace falta.
La insistencia de Lucas en «qué tenemos que hacer» nos repite algo que ya sabemos, pero que resulta muy cómodo olvidar: seguir a Jesús toca nuestra vida concreta, nos transforma, afecta nuestra forma de vivir y de comportarnos. No basta con saber qué pensar, o qué sentir. Hay que ponerse manos a la obra.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Domingo. 1 Adv. "Levantaos, alzad la cabeza"

Lucas 21,25-28.34-36

Dijo Jesús a sus discípulos:
—Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.
»Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.

Hay tres evangelios que nos presentan un discurso de Jesús sobre, lo que podríamos llamar, «el fin del mundo»; son Marcos, Mateo y Lucas. Pero cada uno es muy distinto de los otros porque adapta mucho las palabras de Jesús según la situación de su comunidad y la forma de expresarse de su propia cultura. Mateo, por ejemplo, escribe a una comunidad que conocía muy bien el judaísmo y las Sagradas Escrituras, pero Lucas tiene ante sí un auditorio muy distinto, de cultura más bien griega, a la que la simbología judía no le dice tanto.
La lectura de hoy nos presenta dos fragmentos del final de ese discurso según Lucas. Al principio estas mismas palabras podían sonar terroríficas: los astros que se tambalean, los signos en el sol, la luna y las estrellas... Los primerísimos cristianos estaban convencidos de que el fin del mundo estaba a punto de llegar; que Jesús iba a volver de un momento a otro para instaurar su Reino. Por eso las noticias de guerras y revoluciones eran recibidas con inquietud y siempre con la misma duda: ¿Será esta la guerra definitiva? ¿Se acabará el mundo pasado mañana?
La guerra que más impresionó a los cristianos de Israel sucedió al final de los años 60 y terminó con la destrucción de Jerusalén y del Templo en el año 70 por parte de los romanos. Pero, después de la derrota, no llegó el fin del mundo, por lo que los mismos cristianos tuvieron que replantearse sus ideas y empezaron a pensar que quizá no era tan inminente. La cosa se retrasaba, ¿se había equivocado Jesús? ¿O más bien lo habían interpretado mal?
Lucas no es el único que nos muestra esta reflexión. Él está convencido, como los cristianos lo estamos ahora, de que el mundo se acabará y que al final triunfará el bien sobre el mal. Pero, mientras esperamos, tenemos trabajo que hacer. Por eso lo más importante del discurso que Lucas nos presenta no está en el futuro, que nadie conoce, sino en el presente. El evangelista pone ante sus lectores dos actitudes; las dos tienen que ver con el fin del mundo, pero se viven ya desde ahora. El día de mañana queda demasiado lejos, de lo que se trata es de vivir en profundidad el ahora:
  • La primera actitud es superficial; la de aquellos que se asustan ante las desgracias, los que viven con miedo porque en el fondo no tienen esperanza. Lucas menciona el vicio, el alcohol y el dejarse llevar por los agobios de la vida; pero son sólo tres ejemplos para que nosotros, los lectores, podamos añadir más; todo aquello que nos saca de nosotros mismos, que no nos deja ir a lo profundo, que nos hace superficiales.
  • La segunda actitud está llena de esperanza; la representa con la postura erguida, la cabeza alta y el estar siempre despierto, alerta, vigilante, deseoso de ver a Jesús. El creyente no sucumbe ante las desgracias, porque su confianza está firme en Dios (lo cual no significa que no las sufra, porque el sufrimiento está presente en la vida de todos; lo distinto es la actitud vital ante ese mismo sufrimiento). Lucas añade además un tema que le encanta: la oración. «Pidiendo fuerza» es la forma que tiene de aludir a la plegaria confiada y constante.
De esta forma, como decíamos, Lucas transforma un texto que habla del fin del mundo en un discurso centrado en el presente, que es en realidad lo importante. Nosotros cristianos hoy podemos aprender mucho de la libertad con la que el evangelista transmite el mensaje de Jesús. Porque él es fiel a Jesús, no quiere inventarse un mensaje nuevo que Jesús no aceptaría, pero su fidelidad es creativa, es decir, que debe decir algo importante y valioso para los cristianos a los que escribe. Para ellos y nosotros el problema del fin del mundo inminente ya no significa casi nada, lo que de verdad tiene valor es la vida que vivimos en cada momento, el día a día, el ahora.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Domingo. 34. Jesús-Rey

Juan 18,33b-37

Dijo Pilato a Jesús:
—¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó:
—¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Pilato replicó:
—¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?
Jesús le contestó:
—Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Pilato le dijo:
—Conque, ¿tú eres rey?
Jesús le contestó:
—Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.

El Evangelio de Juan casi nunca habla del «Reino de Dios». Centra todo su mensaje en Jesús mismo, por eso prefiere hablar de Jesús como Rey. Pero es muy consciente de que la idea puede ser malinterpretada. Por ejemplo, después de la multiplicación de los panes y los peces, la gente quería cogerlo para hacerlo rey, y él se escabulle. No quería que su mensaje se confundiese con los reyes de este mundo, que hacen uso de la fuerza militar y de la presión de los impuestos para conseguir sus objetivos. Jesús-Rey no tiene nada que ver con estos reyes.
Pero en la lectura de hoy Jesús dice claramente que sí es rey. ¿Por qué se ha dado este cambio? ¿Es que ahora sí quiere ser coronado?
La gran diferencia está en que ahora lo están juzgando y lo van a condenar. ¿Qué es lo que ha hecho? Sencillamente decir la verdad, condenar la injusticia, traer la salvación de parte de Dios. Le condenan por ser coherente con su misión.
Pero el evangelista Juan quiere que vayamos más allá, quiere que comprendamos lo que él entendió después de la resurrección: que Jesús se entrega por amor. Podría haberse escabullido de nuevo, sabía que le tenían ganas, que iban a por él. Pero él ha decidido ser coherente hasta el fin, no esconderse, sino entregarse por amor a nosotros y a su misión. Jesús es todopoderoso porque se entrega del todo. Es Rey porque domina sobre todo el odio con su amor total. Éste es el único sentido cristiano del poder, del reinado, del dominio.
Nosotros, si queremos seguir a Jesús, estamos llamados también a ser poderosos, es decir, a servir; estamos llamados a reinar, esto es, a amar; estamos llamados a dominar, es decir, a entregarnos a los demás, dominando nuestros impulsos egoístas hasta hacernos totalmente amor como él.
Si en la Iglesia nos convenciésemos a fondo de que todos estamos para servir seríamos fermento de transformación del mundo con mucha fuerza, con la potencia inimaginable del Espíritu de Dios que habita en nosotros y nos empuja al amor.
Todos los cristianos, sin importar nuestro cargo, responsabilidad o función; todos los obispos, presbíteros, monaguillos, catequistas, lectores, ministros de la comunión a los enfermos... todos estamos llamados a servir.
Hoy podemos preguntarle a Jesús mismo en la oración: «Señor, ¿cómo puedo servir?» Si rezamos con sinceridad, seguro que él nos responde a través de nuestra vida cotidiana, de las personas que tenemos más cerca, o de aquellas a las que nos podemos acercar.
Y quizá nos llame a misiones más arriesgadas: ¿podríamos servirle en las misiones?, ¿en alguna vocación consagrada?, ¿en la vocación familiar cristiana?, ¿en la parroquia?, ¿en cáritas?, ¿en el trabajo/colegio?, ¿en asociaciones? ¿en el barrio?
Atrevámonos a hacerle esta pregunta, que él nos lanzará a una misión que nos llenará de alegría.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Domingo 33: Angustia, tinieblas y... brotes de vida

Marcos 13,24-32

Dijo Jesús a sus discípulos:
—En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a sus ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día ni la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.

Angustia, tinieblas, estrellas que caen, astros que se tambalean... ¡esto parece el fin del mundo...!
Bueno, es que técnicamente, de eso se trata. En tiempos de Jesús (y, ¡qué cosas!, ahora también) estaba de moda una forma religiosa de expresarse que se llama «apocalíptica», aunque el nombre no lo inventaron ellos, sino más tarde. Digo que estaba de moda, pero tampoco es para tanto; algunos grupos judíos eran «apocalípticos» es decir, que se expresaban de esa forma y compartían algunas ideas, pero no eran la mayoría ni mucho menos. La diferencia con nuestra época es que ellos eran conscientes de que se trataba de una forma de expresión y no de una descripción de carácter físico como si se tratase de un documental de la National Geografic. Hoy en día, si un iluminado habla del fin del mundo y de las estrellas cayendo y de los terremotos y de la luna que se convierte en sangre está diciendo precisamente eso: que las estrellas («cúmulos de materia en estado de plasma en un continuo proceso de colapso», según la wiki) se caerán literalmente sobre el planeta Tierra, que las placas tectónicas liberarán energía bruscamente produciendo seísmos, que la luna cambiará su color lechoso por un tono cromático distinto... (bueno, esto ya sucede, pero la causa es la atmósfera de la Tierra).



¿A qué viene tanta palabreja técnica sacada de la wikipedia? Muy sencillo, trato de desenmascarar el absurdo de interpretar las palabras de hace dos mil años con los conocimientos de ahora, como si aquellas personas supiesen todas estas cosas. El estilo apocalíptico de expresarse era conocido, aunque los grupos realmente apocalípticos eran pocos. Jesús también se expresó en ocasiones aprovechando las frases e imágenes que los apocalípticos habían inventado, seguramente porque eran muy sugerentes y llenas de simbolismo. Que a nosotros nos resulte difícil interpretarlas es sólo nuestro problema.
Los apocalípticos creían que Dios iba a intervenir de forma definitiva en la historia. Se daban cuenta de que las cosas iban fatal (¡vaya coincidencia!), por las guerras, la opresión de los romanos y en general de cualquier imperio, por la injusticia de los poderosos contra los débiles... Pero ellos daban un paso más; estaban convencidos de que Dios iba a arreglar las cosas. Se daban cuenta de que las personas del mundo ya no podíamos arreglar la situación con parchecitos, buena voluntad hueca, embajadores de la ONU con maquillaje y maratones solidarios en la tele. Para ellos el mundo tenía que cambiar radicalmente, había que darle la vuelta como a un calcetín, y Dios era el único capaz de hacerlo.
Jesús, y los cristianos más tarde, aprovecharon estas ideas y este mensaje, pero le dieron un contenido totalmente nuevo: El mismo Cristo es la intervención definitiva de Dios en la historia, y su entrega libre por amor en la cruz es el cambio radical que los apocalípticos esperaban. No vendrá Dios con un ejército de ángeles armados con espadas de fuego para acabar violentamente con los malvados; lo que Dios hace en Cristo es cambiar las reglas de juego, ahora la felicidad estará en ser pobre de espíritu, manso y humilde y en trabajar por la paz; ahora la plenitud de vida estará en el vaciamiento, por amor, de las propias apetencias hasta ser capaz de entregarlo todo y entregarse del todo; ahora el que quiera ser ensalzado tendrá que vivir en humildad; ahora el que quiera ser primero deberá ser último; ahora el camino que lleva a la vida pasa por la muerte más ignominiosa aceptada sólo por amor; ahora descubrimos en Dios el amor más loco, más apasionado, tan totalmente volcado que es capaz de vaciarse de sí mismo...
Para expresar tanta novedad Jesús y los cristianos se dejaron interpelar por las imágenes impactantes de la apocalíptica: lo más estable que existe, lo que nunca cambia, las montañas, el sol, la luna y los astros caerán, cambiarán, serán convulsionados por el estremecimiento cósmico que supone la cruz de Jesús. No porque pensemos que estas cosas van a suceder literalmente, sino porque nos referimos a lo más estable de la historia humana, que ha sido y sigue siendo la codicia y el ansia de poder; a lo más sólido de nuestro sistema económico antes y ahora, que es la ganancia del más rico contra el más pobre; a lo único realmente globalizado, que es la pobreza y la miseria.
Todos estos procesos internos de la historia que funcionaban antes como funcionan ahora, han sido heridos de muerte por el mensaje, la vida y la entrega de Jesús. Todo se tambalea gracias a él. Éste es el mensaje. Ésta es la esperanza. Esto es trabajar por el Reino, por la paz, por la auténtica vida llena del Espíritu de Dios.

El evangelio de hoy añade más cosas. Jesús se refiere a la parábola de la higuera, que no es una parábola en forma de relato como de costumbre; es la higuera misma, la naturaleza toda, en realidad, la que se convierte en signo de vida nueva. Es la primavera, con su explosión de vida y color, la verdadera parábola de Dios en el mundo. Vivimos todavía en un invierno duro, larguísimo, difícil para muchos, pero ya podemos ver los puntos diminutos de las yemas verdes asomar entre las ramas de la higuera del mundo. Pocos los ven, muchos prefieren ser profetas de desgracias, agoreros de un fin del mundo que no es más que «final» del mundo. Jesús no es así, él ve que brota la vida, para él el fin del mundo es la «finalidad» del mundo: que lleguemos a construir entre todos en la Tierra la vida llena, justa y solidaria que Dios sueña para todos. Que «se haga su voluntad en la Tierra como en el Cielo».

sábado, 7 de noviembre de 2009

Domingo 32º: Jesús el cotilla

Marcos 12,38-44

Jesús enseñaba a la multitud en el templo de Jerusalén y les decía:
—¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Ésos recibirán una sentencia más rigurosa.
Estando Jesús sentado enfrente del cepillo de limosnas del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad, se acercó una viuda pobre y echó un par de moneditas (el equivalente a un cuadrante). Llamando a sus discípulos, les dijo:
—Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

Vaya, vaya; Jesús también tiene sus ratos de cotilla y se pone a fisgonear las limosnas que echa la gente. ¡Si lo pillan los de la protección de datos!
La limosna era un acto de piedad muy valorado en la sociedad judía –y sigue siéndolo ahora–, está mandada y recomendada en la Biblia y no deja de ser algo loable. Para dar limosna es necesario ser capaz de «desprenderse» de algo propio, lo cual no siempre es difícil, y ni siquiera hay que ser rico para ser codicioso, o simplemente para estar aferrado a las posesiones.

El dinero, no seamos ingenuos, nos da seguridad, bienestar, comodidad, y nos resulta necesario para tener un mínimo de calidad de vida. Los ricos que echan en cantidad en el cepillo no son criticados por Jesús. Lo que Jesús hace es una valoración más profunda, más sutil. No importan las apariencias, no importan ni siquiera las «eficacias», lo que de verdad importa es el corazón humano. Si por algún sitio tenemos que comenzar a cambiar este mundo es por dentro de las personas, por las actitudes, por las intenciones, por las motivaciones más internas.
Los ejemplos los tenemos constantemente: es cierto que los pobres que se mueren de hambre antes que otra cosa necesitan comida, pero inmediatamente después de esa necesidad básica, lo más fructífero es la educación. Transformar por dentro a las personas para que crean en sí mismas, para que sean capaces de ver más allá de sus prejuicios o de los límites de sus costumbres, ampliar miras y confiar en que el mundo puede cambiar... todo este trabajo es el que hacía Jesús con sus discípulos.
Por eso el texto nos dice, casi con urgencia, que en cuanto vio a la viuda pobre, llamó a sus discípulos. Como diciendo: «¡Mirad, mirad! No os perdáis esto...»

Todo el evangelio de hoy pretende cambiar las miras, subrayar el fondo de verdad que hay en el corazón humano y dejar de lado las apariencias que tanto nos fascinan y engañan. Siguen gustándonos demasiado las reverencias, los saludos protocolarios, los puestos de honor, los títulos... nos gusta hacer clasificaciones y escaleras sociales: «cada persona está bien en su nivel, y de ahí que no se mueva». Nos gusta trepar incluso, y dejar a los demás por debajo para subir nosotros.
En nuestra Iglesia, por ejemplo, se nos ha pegado mucho esa manía de dar titulitos y reconocimientos honoríficos, como si sirviesen de algo ante Dios. También hay otros que son muy críticos con los que ostentan esos títulos, pero tan críticos, tan críticos llegan a ser, que casi parece que lo que les mueve es la envidia. O, al menos, parece que le den a los honores tanta importancia que acaban cayendo en el mismo defecto.
Es una pena, pero afortunadamente sigue habiendo mucha gente que no le da valor a los títulos, sino a la vida convencida y entregada del todo.
En la sociedad también se cae frecuentemente en el error de valorar demasiado la apariencia. Dedicamos mucho esfuerzo, tiempo y dinero a cuidar nuestro aspecto. El problema no es cuidarse, el problema está en darle tantísima importancia... y dinero. La apariencia funciona así como un ídolo más, como un diosecillo que se enseñorea de nosotros para que le sirvamos. (Y, como todos los ídolos, acaba exigiendo sacrificios humanos, que en este caso aparecen en forma de anorexias, marginaciones, etc., que, entre otras causas, pueden deberse a la excesiva importancia dada al dios-apariencia).
Jesús no sólo está enseñándonos a ver el mundo de otra manera más profunda, intensa y veraz. Está también a punto de mostrarnos el auténtico camino de la felicidad y la liberación de todos los ídolos. Poco después del episodio que leemos hoy, dará su vida entera por amor a nosotros hasta la última gota de su sangre. Él sí que ha dado «todo lo que tenía para vivir».

sábado, 31 de octubre de 2009

Domingo 31º: Felices los infelices

Mateo 5,1-12a

Jesús, al ver el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar enseñándoles:
Felices los pobres en el espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.
Felices los humildes, porque ellos heredarán la tierra.
Felices los que lloran, porque Dios los consolará.
Felices los que tienen hambre y sed de la justicia, porque Dios los saciará.
Felices los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.
Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Felices los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los perseguidos por ser justos, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Felices vosotros cuando os insulten y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.

Para el evangelista Mateo, Jesús empezó a lo grande su predicación. El poema con el que empieza el famoso sermón de la montaña presenta de forma solemne una visión nueva de la sociedad que pretende cambiarla de raíz. Ya no son «felices los que tienen», «felices los poderosos», «felices los que oprimen»; la nueva sociedad que Jesús propone estará regida por la misericordia, por la búsqueda de la justicia, por la humildad y la construcción de la paz.
Pero esto será posible solamente porque Dios va a intervenir –interviene ya al enviar a Jesús– para invitarnos a todos a construir ese Reino. El texto original utiliza frases pasivas –muy incómodas en castellano– que en la cultura judía eran usadas para expresar la intervención de Dios sin mencionar su nombre –que, como era sagrado, los judíos no pronunciaban. Así «serán consolados» es traducido por «Dios los consolará». De esta forma llegamos a ver que las bienaventuranzas no son sólo frases bonitos, deseos piadosos y estériles que cualquiera podría pronunciar. Es la declaración de la intervención poderosa de Dios que transforma este mundo nuestro. Pero como suele suceder, nosotros entendemos el «poder» como el «ordeno y mando», como el «puñetazo en la mesa» y el «se hace lo que yo digo». Pensamos así porque no somos Todopoderosos. Dios, que sí es todopoderoso, sabe de verdad en qué consiste el poder, y es capaz de transformar el mundo sin la imposición ni la tiranía.
Las bienaventuranzas son, por tanto, fuerte exigencia –hay que ponerse a trabajar– y al mismo tiempo invitación a la confianza –es Dios el que está detrás de todo esto.

Os dejo un enlace al fragmento de las bienaventuranzas en la película "Jesús de Nazaret" de Cefirelli: http://www.youtube.com/watch?v=bGyzJGeEW1g

Hoy el comentario ha sido más breve –las bienaventuranzas las conocemos muchísimo–, pero me gustaría añadir algunos detalles, más como curiosidades. Las bienaventuranzas de Mateo son ocho, en forma de poema, y muchos especialistas ha encontrado en ellas múltiples relaciones:
  • 1 y 8: La primera y la última tienen la misma recompensa: «de ellos es el Reino de los Cielos». Así queda relacionado ser «pobre de espíritu» y ser «perseguido por ser justo».
  • 2 y 7: La segunda y la penúltima también están conectadas gracias a las palabras «hijo» y «heredar». Ya que es propio del «hijo» el ser «heredero».
  • 3 y 6: Aquí la conexión es más sutil, yo sólo la sugiero: ¿con qué órgano del cuerpo vemos y lloramos? ¿No es una curiosa coincidencia?
  • 4 y 5: Para algunos pueblos antiguos, cada sentimiento tiene su sede en una parte del cuerpo. La misericordia se siente en las vísceras, en las entrañas, que es de donde surge también el «hambre», que aquí es utilizado como metáfora del deseo de justicia.
¿No es curioso?

sábado, 24 de octubre de 2009

Domingo 30º: El animoso Bartimeo

Marcos 10,46-52

Al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo -el hijo de Timeo- estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús de Nazaret, empezó a gritar:
-¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Jesús se detuvo y dijo:
-Llamadlo.
Llamaron al ciego diciéndole:
-Ánimo, levántate, te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
-¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
-Maestro, que pueda ver.
Jesús le dijo:
-Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Hay momentos en la vida en que te encuentras con gente animosa, entregada, dispuesta a darse por entero a aquello en lo que cree, a no escatimar nada de sus esfuerzos e ilusiones. Estar junto a ellos y ellas suele ser una experiencia positiva, que alegra el ánimo, que ensancha el alma y que nos hace mirar las dificultades de otra manera, como obstáculos cotidianos que van desapareciendo a golpe de insistencia y de trabajo común.
El ciego Bartimeo representa a estas personas. A pesar de sus limitaciones, que son evidentes, su alma sigue llena de ilusión por cambiar, por seguir adelante, por ampliar horizontes.
Sus limitaciones, para empezar, son cuatro, algunas muy sólidas:
  • Es ciego. Por lo que queda limitado en aquella sociedad; no puede trabajar, ni valerse por sí mismo. No puede caminar por la vida en libertad.
  • Es mendigo. Totalmente dependiente de la caridad de los demás, al vaivén de las crisis económicas y de las veleidades de los que pasen por delante.
  • Está sentado. Que es la postura del que no actúa, del que no se defiende, del que no avanza.
  • Está al borde del camino. Fuera de la vida, de donde circula la sociedad y el mundo. Está al margen; está marginado.

Todas estas dificultades, descritas por la genialidad de Marcos con pocas palabras, serían abrumadoras para muchos; podrían provocar la depresión más absoluta. «No hay remedio, no hay solución», podrían decir. Pero nuestro amigo Bartimeo no es de esos. No es que sea ingenuo, reconoce su limitación, pero esa es precisamente su gran baza: sabe que necesita ayuda, ahora sólo cabe encontrarla.
Y precisamente pasa Jesús por delante. Él no lo ve, pero de alguna manera «oye» que era él. Sabe aprovechar los recursos que sí tiene, en vez de lamentarse de los que le faltan. Los ciegos suelen tener muy buen oído. Éste lo tuvo, y fue su salvación.
Pero Jesús va acompañado de mucha gente, no es tan fácil que lo vea, ni que se fije en él, ni que le haga caso. Es el momento de tomar cartas en el asunto, y, de nuevo, Bartimeo echa mano de aquello que no le falta. ¡Cuánto tendrá que agradecerle a Dios haberle regalado la voz! Se pone a vociferar como un desesperado. Tanto que la gente ¡hasta le regaña! Cómo somos la gente a veces. En vez de compadecernos del que grita le pedimos que deje de molestarnos. A las cuatro dificultades de Bartimeo hay que añadir una quinta con la que no contábamos. ¿Qué hará nuestro personaje?
Pues sacar fuerzas de flaqueza, ignorar los mensajes negativos que le llegan desde fuera y sacar de dentro de sí mismo todo su ánimo, su ilusión, su positividad y ponerse a dar alaridos más fuertes. A la gente que la zurzan, que Jesús no pasa todos los días por delante.

El grito mismo también tiene su interés: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí». Lo de «hijo de David» era una forma de llamar al Mesías. Bartimeo reconoce a Jesús como el Mesías, como el que va a venir a salvar a su pueblo. Le importa poco si su idea de Mesías es correcta o no, lo que interesa es que se compadezca de él, que no haga como la gente que no tiene compasión.
Y Jesús se para y pide que lo llamen. Bartimeo ha conseguido que el mismo Jesús cambie sus planes (recordemos que está subiendo a Jerusalén), o al menos que los retrase un poco. La ilusión y el ánimo desbordado del mendigo es capaz de torcer un poco los planes de Dios para que se apiade de él (ya sé que éste lenguaje no lo usamos hoy, que preferimos hablar de otra manera, pero ¿no es un ejemplo muy bonito de oración insistente y confiada?).

Ahora entran en acción los discípulos, que también tienen su miga. El texto no dice que sean los discípulos, pero visto que la gente le había regañado, no es del todo equivocado pensar que los que llaman al ciego son los que más cerca están de Jesús. Reciben una orden suya y en seguida la cumplen. También nosotros, si nos vemos como discípulos de Jesús, recibimos la misma misión: «Llamad a todos los hombres y mujeres del mundo, que puedan venir a mí, si quieren».
Marcos podría decir simplemente que «llamaron al ciego», pero prefiere dejarnos una frase que define de forma impresionante la triple tarea de los discípulos: «Ánimo, levántate, te llama».
  1. Ánimo. La primera misión del evangelizador es dar ánimos, dar «ánima», alma, ayudar al que lo necesita a mirar la vida de forma positiva, a sacar de sí mismo la energía que le pueda ayudar a vivirla. Sin ánimo interior, sin «alma», el resto de palabras o acciones caerán en saco roto, no podrán ser acogidas por quien vive negativamente y no encuentra sentido a nada.
  2. Levántate. No basta con estar animado si uno se queda apoltronado en su miseria. Hay que levantarse, y ayudar a que se levante. Hay que abandonar la postura del hombre muerto (acostado) o la del ocioso (sentado) para pasar a la del hombre libre y activo, vivo y vigilante (de pie). «Levantarse» de entre los muertos será el gesto definitivo de Jesús tras su entrega total, por amor, en la cruz.
  3. Te llama. Todo lo anterior tiene una motivación. No damos ánimos porque sí, no decimos que la vida tiene sentido como ingenuos que no vemos la maldad del mundo. Somos muy conscientes del mal, pero más conscientes todavía de que es Jesús, el que llama, el que puede dar sentido a los esfuerzos por vivir animados y por levantarnos. Sin Jesús, que llama, animarse y levantarse podría ser tan sólo una ilusión pasajera, un espejismo de creer que las cosas puedan cambiar sin que sea cierto. Pero no, las cosas sí pueden cambiar porque Jesús empezó ya a cambiarlas. Irán muy lentas seguramente, pero la potencia del amor de Dios avanza inexorablemente por los entresijos de la historia sanando heridas, dando vida y haciendo que brille, para los que quieran verlo, el amor más auténtico.

¿Y qué hace Bartimeo como respuesta a la llamada? Quizá se ponga a recoger sus cosas, tiene pocas -es mendigo- por lo que acabará pronto. No hay que dejar tiradas las cosas de uno, hay mucha gente, y hasta gente que se ha mostrado hostil; ¿y si hubiese un ladrón, o más de uno, entre la multitud?... Pues no, Bartimeo no es así, se levanta de un salto y deja el manto. Seguramente se trate de la única pertenencia que tenga un pobre, el manto para cubrirse del relente de la noche. Pues ni piensa en él, lo suelta y se levanta de un salto. ¿No nos hace recordar al joven rico, que no fue capaz de abandonar sus posesiones por Jesús? Bartimeo tiene mucho menos que el joven rico, pero es inmensamente más libre. ¿Qué es más valioso, el oro o la libertad?

Cuando se acerca Jesús le sale con una de bombero: ¿Que quieres de mí? Pues anda que... Si está claro lo que querrá: la vista. ¿O quizá no esté tan claro? Vamos a recordar dos casos:
  • Cuando le pusieron delante a un paralítico -recordad, cuando se cargaron la casa de Pedrito rompiéndole el techo-, Jesús antes de curarle, le perdonó los pecados.
  • Cuando Santiago y Juan se le acercan, pedigüeños, (esto lo leímos y comentamos el domingo pasado, y sucede justo antes de la lectura de hoy), Jesús les hace la misma pregunta: «¿Qué queréis que os conceda?» Y en aquella ocasión la petición tenía mucha importancia, porque demostraba que los discípulos estaban bastante «ciegos» respecto al mensaje que Jesús intentaba proclamarles. Pero ellos ni se dan cuenta ni le piden la vista.
Bartimeo, en cambio, tiene claro qué es lo que quiere. No necesita sentarse a derecha ni a izquierda de Jesús en su gloria, no quiere ser vicepresidente ni ministro de economía, tan sólo quiere ver.

Y por fin Jesús obra el milagro de la vista con una simple palabra. La fe de Bartimeo junto con el encuentro con Jesús han sido suficientes.

Por último, y no menos importante, Bartimeo, como hombre liberado de su ceguera, con las inmensas posibilidades que la vida renovada le pone delante, decide «seguirlo por el camino». Bartimeo se ha convertido en un discípulo. Había comenzado «sentado al margen» ahora está participando, siendo protagonista de su propio camino, está siguiendo a Jesús dentro del camino. Jesús le ha regalado la vida y él se la entrega como seguidor.
Un auténtico modelo para todos nosotros.

sábado, 17 de octubre de 2009

Domingo 29º: Ansias de poder... (bis)

Marcos 10,35-45

Se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
-Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
Les preguntó:
-¿Qué queréis que haga por vosotros?
Contestaron:
-Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro tu izquierda.
Jesús replicó:
-No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?
Contestaron:
-Lo somos.
Jesús les dijo:
-El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo:
-Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.

¿Sabéis el chiste del que va a un concesionario? Va y dice:
-Quiero que me des un Ferrari.
Y el dependiente le responde:
-No sabes lo que pides. ¿Estás dispuesto a pagar lo que vale un Ferrari?
-Pues sí, claro.
-El Ferrari lo pagarás, pero te vas a llevar un Seat Panda.

A veces le tenemos tanto “respeto” a la Palabra de Dios, que cuando nos cuenta un chiste nos quedamos fríos y serios, cuando el verdadero respeto sería el de reírnos a mandíbula batiente (relee, por ejemplo, el cortito libro de Jonás, en él hay chistes muy buenos para quien quiera encontrarlos).
La lectura de hoy me provoca una primera reacción ante Santiago y Juan: ¡¡Pardilloooooooooos!!
Perdonad pero tenía que desahogarme, y es que los hijos de Zebedeo se lo merecen. Han caído en la trampa de su propia pretensión y de su ignorancia. Querían ser vicepresidente y ministro de economía en el reino de Jesús (en el reineceillo de tres al cuarto que ellos estaban imaginando). También era normal que pensasen así; precisamente Marcos nos cuenta, pocos versículos después, que Jesús entra en Jerusalén como Mesías triunfante aclamado por la multitud (la misma multitud que poco después pedirá que lo crucifiquen, que eso de que la masa es manipulable no es de ahora).
Los discípulos de Jesús entendían “un poco” de toda la novedad que suponía su mensaje; sabían que iba a reinar, pero se lo imaginaban con el cetro en la mano y dictando leyes. Por eso Juan y Santiago, adelantándose a todos, quieren puestos de responsabilidad y poder. Podemos interpretarlo pensando mal (tenían afán de poder), o también siendo bien pensados (creían sinceramente que haría bien su papel de consejeros de Jesús); en realidad da igual, porque el reino de Jesús es otra cosa. Ya lo sabía Jesús cuando decidió entrar en Jerusalén montado en un borriquillo (sabed que las razas de pollinos en Israel son especialmente bajitas). Alguno pensaría que era extraño, que el nuevo rey judío que expulsaría a los romanos debía montar en un brioso corcel, y posiblemente lo achacaría a las excentricidades del genio de Jesús. Pero Jesús a cada signo que hacía le daba un significado mucho más hondo y denso: Jesús es un rey diferente, radicalmente distinto; y esto es lo que los discípulos no alcanzaban a ver.
El reino de Jesús exige beber un “cáliz” y pasar por un “bautismo” muy especiales. Son los mismos por los que pasará Jesús y por los que pasarán-pasaremos sus seguidores. Se refieren a la entrega, a la cruz, a la vida totalmente regalada a los demás por amor. Éste es el cáliz, éste es el bautismo. Dice la tradición que los apóstoles, tras la resurrección, se repartieron por el mundo predicando el evangelio; fue entonces cuando conocieron en sus propias carnes la verdad del dolor de la entrega, y la inmensidad del amor de Dios que los acompañaba. Quizá algún día, ya ancianos, recordaron aquella petición que le hicieron a Jesús, se sonrieron y mirando al cielo comprendieron que no tenían necesidad de ningún poder y le agradecieron haber podido compartir el mismo cáliz y el mismo bautismo gratuitamente, a cambio de nada.

sábado, 10 de octubre de 2009

Domingo 28º: ¿Eres tú el joven rico?

Marcos 10,17-30

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:
-Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
Jesús le contestó:
-¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios.
Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
Él replicó:
-Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:
-Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
-¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!
Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió:
-Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios.
Ellos se espantaron y comentaban:
-Entonces, ¿quién puede salvarse?
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
-Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.
Pedro se puso a decirle:
-Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
Jesús dijo:
-Os aseguro, que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas, hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura vida eterna.

El evangelio de este domingo está lleno de sugerencias y estímulos para nuestra oración y reflexión. Voy a fijarme sólo en uno de ellos. La figura del joven rico, muy conocida, lleva escondida una carga de profundidad que estremece cuando se mira de cerca: Nos sobran demasiadas cosas.
Escribo esta constatación desde mi propio contexto (cultural, social, económico) en España; aunque también aquí hay muchas personas que sufren la pobreza y la escasez, creo que la gran mayoría de los que leemos comentarios como éste en internet entramos en el perfil: Nos sobran demasiadas cosas.
No hace falta exagerar la lectura ni interpretarla de forma literal. Jesús no pide a todos los cristianos que sean misioneros en tierras lejanas, no pide a todos que abandonen todo proyecto anterior para seguirle (aunque sí lo pide a algunos; la Iglesia tampoco podría pasar sin ellos). Pero sí exige de todos que echemos luz sobre nuestras prioridades. ¿Dónde hemos puesto nuestra confianza? Hagámonos esta pregunta con mucha honestidad y valentía. Muchas veces podemos hacer declaraciones de intenciones muy elevadas y entregadas, pero a la hora de la verdad (cuando organizamos nuestro tiempo, por ejemplo, y nuestro dinero), no dedicamos las mismas proporciones de esfuerzo que pretendíamos creer.
La figura del joven rico nos lleva también a una reflexión previa: Sólo se acercan a Jesús los que descubren que necesitan “algo” de él (aunque no sepan exactamente qué es). Y descubren, además, que ese “algo” no se compra con dinero, ni se consigue con lo que ya tenemos. Por lo tanto ese “algo” no puede ser ni la comodidad, ni el “bienestar”, ni la última moda. Ese “algo” tampoco es la amistad, por ejemplo, ni el amor, porque hay muchos no creyentes que viven ambas cosas. Encontrarse con Jesús nos pide descubrir que en la vida hay “algo más”, algo mucho más profundo de lo que solemos vivir (vivimos tantas veces “en superficie”), algo que nos deja insatisfechos, que nos hace ver cierto vacío en este mundo tan lleno de contrastes, de bondades y maldades entremezcladas.
Jesús tiene respuestas más altas, más intensas, tiene un horizonte más amplio desde el que volver a observar la vida y el mundo y redescubrirlo con otras proporciones, como cuando subimos a una montaña y volvemos a mirar el paisaje en el que vivimos, que hemos visto tantas veces, pero que encontramos totalmente nuevo ante nuestros ojos. Jesús observa el mundo desde el amor de Dios, sólidamente enraizado en la inmensa positividad del amor que se da sin condiciones. Desde ahí él puede entregarse totalmente, e invitarnos a nosotros a esta misma entrega. Desde ahí tiene sentido cambiar todas las prioridades, todos los criterios previos, abandonar todo proyecto sin Dios y retomarlo renovado por la presencia de Jesús.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Domingo 26º: ¡Ponte a prueba!

Marcos 9, 37-42. 44. 46-47

Dijo Juan a Jesús:
—Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.
Jesús respondió:
—No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro.
»El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela; más te vale entrar manco en la Vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga.
»Y si tu pie te hace caer, córtatelo; más te vale entrar cojo en la Vida que ser echado con los dos pies al abismo.
»Y si tu ojo te hace caer, sácatelo; más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

¡Buf! ¡Qué duro se nos ha puesto aquí Jesús! Menos mal que sabemos que los orientales son exagerados cuando hablan y que tenemos claro que Jesús no está sugiriéndonos que nos mutilemos de ninguna forma (así que atención, lectores fundamentalistas... no tenéis nada que hacer con este texto).
Lo que queda claro es que Marcos no se va con sutilezas, márgenes de diplomacia, daños colaterales ni mandangas. Nos viene hoy a decir que estemos alerta, pero alerta de verdad; que vigilemos de cerca aquello que más vivimos (y las manos, pies y ojos son una buena metáfora de lo más necesario para vivir y actuar; la lengua podría haber sido también otra muy buena).
Personalmente me ha dado que pensar el condicional: «si tu mano...», «si tu pie...», etc. Es decir, que quede claro que Jesús no parte de la base –pesimista– de que seguro que nos hacen caer, tan sólo nos pone en guardia frente a una posibilidad muy real y muy cercana.
¿Cuál puede ser la respuesta ante esta invitación tan contundente? Hoy la llamamos «discernimiento». Jesús nos pide con claridad: examínate, ponte a prueba, mírate por dentro con atención y observa si tu forma de actuar (manos), si la orientación de tu vida (pies), si tus ilusiones, metas y objetivos (ojos) son los del Padre, o bien te van a hacer caer. Siéntate un rato, un buen rato, sin prisas y atrévete a revisar tu vida ante la mirada –amorosa pero exigente– de Dios.

El mensaje, por tanto, es muy actual. Hoy en día –como entonces– tendemos a vivir de prisa, a seguir costumbres, a actuar según lo que más o menos nos parece bien, pero sin dedicar tiempo a pensarlo, a coger las riendas de nuestra vida y reflexionar, a comparar lo que vivimos con lo que Jesús nos está proponiendo. Vivimos muy apegados a clichés, a ideas preconcebidas, incluso a prejuicios. Nos aburre que alguien pretenda explicarnos algo durante más de cinco minutos –¡qué rollo!–, y no queremos hacer el esfuerzo de pararnos y abrir los ojos, de dudar de nuestra propia solidez, de poner en cuestión la comodidad de nuestra vida.
De esta manera nunca llegaremos a aprender nada realmente nuevo; todo serán variaciones sobre lo ya sabido y resabido. Porque lo nuevo, lo verdaderamente alternativo, resulta extraño y sorprendente; lleva tiempo asumirlo, entenderlo, saborearlo. Y el mensaje de Jesús, aunque llevemos casi dos mil años proclamándolo, siempre suena radicalmente nuevo.

¿Nos atrevemos a aceptar el reto? ¿Sí?
Entonces a mí que toca dejar este comentario porque es tu turno continuarlo: ¿Qué es lo que hay en tus manos que te aparta de la Vida? ¿Qué hay en tus pies –en el camino de tu vida, en tus metas– que Jesús no aprobaría? ¿Qué hay en tus ojos –en tus metas y proyectos– que te aparte del mundo soñado por Dios?
Probablemente renunciar a esas cosas será doloroso, y mucho, pero te liberará de tal manera que podrás entrar en la Vida. Pruébalo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Domingo 25º: Ansias de poder...

Marcos 9,31-37

En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía:
—El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó:
—¿De qué discutíais por el camino?
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
—Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.
Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
—El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

El domingo pasado escuchábamos el primer anuncio de la pasión y resurrección que Jesús hace en el evangelio de Marcos. Pedro entonces se envalentonó y quiso ponerse a explicarle a Jesús qué era lo que le convenía y qué no; pero la cosa le salió mal al pobre. Ahora leemos el segundo anuncio (de tres que hay) y sólo se nos dice que los discípulos, miedicas, prefirieron no preguntar, aunque no lo entendían.
La otra vez, Jesús siguió hablando de «tomar la cruz y seguirlo», ahora nos habla de quién es el más importante según sus extraños esquemas.

Que los discípulos discutiesen sobre cuál de ellos era el más importante no debería extrañarnos. Es lo que los seres humanos llevamos milenios discutiendo, algunos con palabras, otros con palabrotas, y otros con métodos más destructivos. Ante aquella preocupación de los discípulos Jesús tendría que exprimirse el cerebro, buscando la manera más fácil de que les entrase en la cocorota –a ellos y a nosotros– esa idea tan distinta, revolucionaria y absolutamente opuesta a lo que consideraríamos «normal»: que el poder es el servicio.
Jesús prefirió una parábola viviente: poner a un niño «en medio» y abrazarlo. Esa es la estampa que Dios pintaría en un diccionario ilustrado bajo la voz «poder». Los niños en aquellas culturas –es muy distinto ahora–, no pintaban nada hasta que tuviesen edad de dejar de ser niños, la infancia era como un sarampión molesto que no había más remedio que soportar. Los niños dependían totalmente de sus padres, de forma que lo peor que podía pasarle a alguien era ser huérfano, puesto que quedaba desprotegido en aquella sociedad difícil, peligrosa y salpicada de guerras y rebeliones. Sólo la familia amplia podía ser garante de un mínimo de estabilidad para el niño que quedase solo.
Pues precisamente un niño, uno cualquiera, sin nombre ni apellidos, un crío desconocido, es la respuesta a las ansias de poder de los apóstoles, de los papas medievales –algunos–, de los fundamentalistas, tuyas y mías. A todos nos da Jesús la misma lección: la ternura de un abrazo protector sobre un niño indefenso y desvalido.

Quizá la idea que estoy expresando no sea tan difícil de entender, pero voy a intentar demostrar que ni siquiera los cristianos de a pie la tenemos interiorizada: Cuando en alguna celebración litúrgica oímos la expresión «Dios todopoderoso», ¿tendemos a pensar que se trata de una expresión poco afortunada? ¿Preferiríamos otra más «acorde» con el evangelio? Yo reconozco que a mí me pasaba, hasta que me explicaron que para Dios, el «poder» es la capacidad de darse, de entregarse, de servir, de abrazar a un niño. Por eso Dios es «todopoderoso», y no tanto porque sea creador –que también, aunque la idea de un dios creador está en muchas otras religiones, incluso en las más crueles que realizaban sacrificios humanos–, porque ha sido capaz de rebajarse del todo, de «ser el último de todos» y de «servir a todos».
Esto es lo que nos pide Jesús, cumpliéndolo él primero. El que quiera ser el primero, el más cristiano, el más evangélico, que se ponga a servir, y se dará cuenta de que, como mucho llegará a ser el penúltimo, pero no el último; porque el último, el que más sirve, el que más se entregó y se entrega, es Jesús, el «todopoderoso».

sábado, 12 de septiembre de 2009

Domingo 24º: ¿Cuánto vas a arriesgar por mí?

Marcos 8,27-35

Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:
—¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos le contestaron:
—Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.
Él les preguntó:
—Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro le contestó:
—Tú eres el Mesías.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y empezó a instruirlos:
—El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y maestros de la ley, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro:
—¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:
—El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará.

La pregunta es clásica, antigua, ancestral, pero nunca podremos dejar de hacérnosla: ¿quién dices tú que es Jesús? ¿Qué significa para ti Jesús? ¿Qué expresas, qué dices en voz alta sobre él?
La respuesta de Pedro nos tiene que servir tan sólo como ejemplo, como guía o renglón sobre la cual escribir la nuestra. Sobre todo porque la palabra «Mesías», no significa apenas nada en nuestra sociedad, en nuestro mundo, en nuestra vida.
Mesías era, en aquella época, una palabra peligrosa y muy ambigua. Muchos esperaban un Mesías militar, que organizase al pueblo en contra de los opresores romanos para conseguir la independencia. Algunos grupos más selectos, como los esenios, esperaban un Mesías sobre todo religioso, que reformase por dentro el culto, el templo y la vivencia profunda de su fe. Y para otros muchos la figura del Mesías no era especialmente importante en su fe judía.
Pero lo que nadie esperaba era un «Mesías sufriente», un Mesías que iba a ser «condenado y ejecutado» por los dirigentes, un Mesías que resucitase por el poder de Dios. Es por eso por lo que Jesús insiste en que «no lo cuenten a nadie».
El texto de hoy está justo en la mitad del evangelio de Marcos; algunos dicen que se puede dividir en dos partes cortando por aquí. «Evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios», es el primer versículo (el título) del libro de Marcos. En nuestro texto se afirma que Jesús es el Mesías y hacia el final del evangelio alguien reconocerá, ante la cruz, que Jesús es Hijo de Dios. En resumen, el evangelio de Marcos trata de responder a la pregunta: ¿Quién es Jesús?... mejor dicho, trata de darnos pistas para que nosotros respondamos a esa pregunta.
Hoy leemos que: Es el Mesías; es un Mesías que no quiere que se sepa para no ser malinterpretado; es un Mesías que será rechazado y ejecutado y resucitará; es un Mesías que invita a todos (la gente) a participar en su mismo destino de sufrimiento (coger la cruz), y de resurrección (salvar la vida).
La pregunta del principio podría quedarse en la mente, en las ideas: «tengo tal o cual idea de Jesús» pero se convierte en una pregunta vital, que toca la existencia. Cuando Jesús dice: «el que quiera venirse conmigo...» ya no está preguntando: «¿qué piensas de mí en la intimidad de tu mente?», sino «¿cuánto de tu vida estás dispuesto, estás dispuesta, a arriesgar por mí?»

martes, 1 de septiembre de 2009

Lectio Divina: Lucas 4, 31-37

Lucas 4, 31-37

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad.
Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces:
—¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.
Jesús le intimó:
—¡Cierra la boca y sal!
El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos:
—¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.
Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.

Pistas para la lectura en oración del texto:

En este texto Lucas nos presenta los inicios de la vida pública de Jesús. Después del conocido texto “programático” en Nazaret, donde es rechazado, Jesús baja a Cafarnaún y comienza allí las manifestaciones de su poder, las intervenciones de Dios sobre el mal del mundo.

  • El texto nos presenta con fuerza el mal, el bien y la gente-espectadora. Quizá Lucas aquí no pretende tanto decir “cosas”, “conceptos”, cuanto provocar sentimientos, actitudes para entender su relato. Jesús está en primer plano luchando contra el mal con facilidad, con su palabra, haciendo callar, salir y desaparecer el mal. Podemos preguntarnos, ¿cuáles son los sentimientos que este Jesús provoca en la gente? ¿Cuáles provoca en mí mismo su presencia en mi propia historia? ¿Quizá conozco tanto a Jesús que he perdido la capacidad de dejarme impactar por él?

  • Hay también en el texto preguntas sin respuesta que nos pueden ayudar en la meditación: ¿Quién es Jesús? ¿Qué ha venido a hacer? ¿Qué tiene su Palabra?

  • Finalmente podemos fijarnos en otro personaje: el “hombre”, que parece más una marioneta en manos del mal, que no hace nada ni tiene voluntad y que acaba en tierra, a los pies de Jesús. Es precisamente de allí, de “la tierra” de donde Dios ha sacado al hombre (según nos cuenta Génesis 2), y es de allí de donde sólo Dios puede hacer la nueva creación del hombre nuevo.

domingo, 30 de agosto de 2009

Domingo 22º: La belleza está en el corazóooooon

Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, no lavadas (es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas). Por ello, los fariseos y los escribas le preguntaban:
-¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los
antepasados, sino que comen con manos impuras?

El les dijo:
-Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.

Llamó otra vez a la gente y les dijo:
-Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.


Cierto como el sol
que nos da calor
no hay mayor verdad
la belleza está
en el corazón.


Así dice la canción de la famosa película "La Bella y la Bestia" en versión Disney. Y no está lejos el mensaje de este cuento con el del evangelio de hoy. Sólo hay una diferencia: los de Disney parece que no se lo creen. Para el mundo de la imagen, la única forma de expresar la belleza es el exterior. Por eso, al final de la misma película (siento estropearos el final) el príncipe vuelve a ser el príncipe y... ¿os habéis fijado cómo lo dibujan? ¿Es feo? ¿Entonces la belleza sí está en el exterior?

La cuestión de la importancia de lo interno y de la relatividad de lo externo aparece milenios antes de la película, e imagino que en todas las culturas habrá algún relato o refrán que saque el tema. Lo que llama la atención es lo fácil que nos unimos al concepto (casi todo el mundo está de acuerdo en que "no se puede juzgar por apariencias") y lo difícil que es llevarlo a la práctica (¿Cuánto tiempo, dinero, esfuerzo y preocupación dedicamos a cuidar nuestra imagen? ¿Es proporcionado con la importancia que decimos darle?).

Para Jesús la cuestión va todavía más allá. No sólo en el juicio externo que alguien puede hacer a otro, sino en el fundamento para hacer ese juicio, que son las "tradiciones", los "preceptos de hombres" -según la traducción que aquí leemos- que significa: "preceptos que las personas nos hemos inventado al margen de Dios". Normas, criterios e imposiciones que nosotros nos damos a nosotros mismos y que sirven para discernir quién pertenece a mi grupo y quién no, quién "es de los míos" y quién es enemigo.
Que nadie crea que está libre de ese peligro, porque los que más reniegan de las "tradiciones recibidas" tienen también sus propias "tradiciones" (quizá con otros nombres). El mundo de la imagen que decíamos antes, por ejemplo, sobre todo dirigido a los jóvenes, utiliza muchas veces el lema de "sé tú mismo", "que no te digan lo que tienes que hacer o pensar", etc. Precisamente en la publicidad que para lo único que sirve es para imponernos una forma de hacer, de pensar y de comprar.

El evangelio de hoy nos ofrece también un criterio para distinguir entre las falsas apariencias: el interior de la persona se expresa en sus actitudes ante la vida, en las acciones que le salen de dentro.
La clave para "purificarnos" por dentro es volver a la Palabra de Dios (por eso cita al profeta Isaías), reconocer la autenticidad que él mismo pretende formar en nosotros, y acudir a él que puede renovarnos.

Alguien dijo una vez: "Sé transparente, para que los demás veamos maravillas", las maravillas que Dios ha hecho, y sigue haciendo, en ti.


PD. Que nadie entienda que Jesús niegue que haya que lavarse las manos antes de comer, ¿eh? ;-)

domingo, 23 de agosto de 2009

Domingo 21º: ¿También vosotros queréis marcharos?

Juan 6,60-69

Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
-Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
-¿Esto os hace vacilar?, ¿y si viérais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida, la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son Espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creéis.
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo:
-Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede.
Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce:
-¿También vosotros queréis marcharos?
Simón Pedro le contestó:
-Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

Hoy no os voy a presentar un comentario. Creo que leyendo y releyendo la última frase, la intervención de Pedro, podemos llenar un buen rato de oración.
Interiorizar la actitud de Pedro y compararla con los discípulos que se echan atrás puede ser un ejercicio de oración saludable y purificador.

Lo que os lanzo hoy es más que nada una pregunta. La experiencia de Jesús no es muy distinta hoy en nuestra Iglesia, en nuestras comunidades cristianas. Sólo que el evangelio nos la presenta con claridad (unos se van, otros -pocos- se quedan).
Hoy estamos viviendo una época de ambigüedad. Bastantes se van -algunos echando pestes y otros simplemente escurren el bulto-, unos pocos se quedan, convencidos -con mayor o menor acierto, pero convencidos-, y una masa poco definida de gente está como si estuviese pero como si que no -yo me entiendo.
Como ejemplos voy a citar unos pocos que conocemos todos, pero no son los únicos:
- Los que nunca van a misa, pero mandan a sus hijos a hacer la primera -y seguramente última- comunión.
- Los jóvenes que deciden libremente hacer la confirmación, pero que tienen clarísimo que no les interesa volver a pisar la Iglesia (ni los locales juveniles o de cáritas como voluntarios) hasta la boda.
- Los que se casan por la Iglesia sin saber muy bien por qué...

Algunos dicen que todos estos no son más que hipócritas. Por tanto, lo lógico sería hacer como Jesús, hablarles claro y presentarles las exigencias del ser cristiano para que se marchen. Pero la cosa no es tan sencilla.
Por ejemplo, yo he hecho el ejercicio de hablar claro a grupos de chavales que quieren hacer la confirmación. Y ellos, después de escucharte, se callan, pero siguen en sus trece: sí quieren confirmarse pero no quieren comprometerse a nada. Las dos cosas las tienen claras. Si los catequistas hubiésemos decidido que algunos del grupo no se confirmasen, nos hubiesen tachado de dictadores, discriminadores y de no ser ejemplo de la misericordia de Dios que acepta a todos. Además, hubiésemos tenido serios problemones con los padres. Así que, nada, a confirmarse todo el mundo y si te he visto no me acuerdo.
El caso es que estos jóvenes sí sienten una verdadera atracción por el mensaje de Jesús; sí tienen auténtica voluntad de seguirle, y su fe, aunque no muy fuerte, existe ciertamente.

Otro ejemplo, una pareja joven vino a la parroquia para casarse. Llevaban años viviendo juntos sin mayor problema. Ni les interesaba integrarse en ninguna comunidad cristiana, ni colaborar en nada, ni siquiera hacían el esfuerzo privado de rezar (quizá sólo se acordarían de santa Bárbara cuando tronase). Sin embargo, habían decidido tener hijos y querían casarse antes de eso. Me llamó mucho la atención. Para ellos el matrimonio por la Iglesia sí significaba algo -un "algo" muy ambiguo, pero real-, significaba un cambio de situación, su vida en común sería idéntica antes y después, pero querían estar casados antes de tener hijos. Como si el "estar casado" fuese un "plus", un estar "más casado".

¿Cuál tendría que ser nuestra respuesta ante esos casos? Ponerse legalista es lo fácil: Nada de confirmación hasta que no demuestres que te interesa pertenecer activamente a una comunidad cristiana (que es lo que significa confirmarse).
Nada de boda por la Iglesia hasta que no demuestres lo mismo (que para eso está la boda por lo civil, tan válida como cualquier otra).

¿Sería ésta la respuesta de Jesús? Porque él acogía y comía con pecadores, pero aquí no estamos hablando de la acogida, que debemos dar a todos, sino de la coherencia. También Jesús dijo a más de uno y una: Vete y no peques más. También Jesús planteó exigencias duras y fue rechazado (como en el texto de hoy, o en el del joven rico).

A mí me resulta muy difícil dar respuesta a estas preguntas. Quizá en teoría es más fácil: hay que hacer que esas personas sean conscientes de la opción que toman. Pero en lo concreto, cuando te vienen al despacho a pedirte la boda o la confirmación, o la bendición del agua bendita, o el rosario de fátima... ¿qué les dices? ¿Cómo desmuestras al mismo tiempo la misericordia de Dios, la acogida y la verdad de la exigencia de Jesús?

¿Tenéis algunas respuesta a esto? ¿O algunas preguntas?

domingo, 16 de agosto de 2009

Domingo 20º: "Carne"

Juan 6,51-58

Dijo Jesús a la gente:
-Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.
Disputaban los judíos entre sí:
-¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
-Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.

-Oye Juanito, ¿qué haces? Te veo muy concentrado.
-Es que estoy dándole vueltas a un discurso de Jesús que estoy escribiendo.
-¿Pero Jesús dijo eso exactamente?
-Bueno, no lo dijo así, con estas palabras griegas. Él hablaba en arameo y con historietas del campo, que los que estábamos allí entendíamos, pero en mi comunidad hay problemas nuevos, distintos. Además, yo quiero poner en palabras lo que Jesús nos dijo con sus gestos, con sus motivaciones de fondo...
-¿Lo que decía hasta con su "lenguaje corporal"?
-Algo así, aunque esa expresión no se ha inventado todavía, que estamos a finales del siglo primero. Lo que yo quiero escribir más que lo que Jesús dijo, es lo que él "quería decir" en el fondo.
-A ver, a ver que lea un poco... "el que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él..." Vaya, es difícil de entender.
-¿Seguro que no lo entiendes? Piensa un poco.
-Bueno, se me ocurre pensar que está hablando del que se une a las ideas de Jesús, de los que son sus seguidores, ¿no?
-Algo así.
-Entonces, ¿por qué no escribes: "el que se una a mis ideas y participa de ellas será mi seguidor". Así se entiende más.
-Mmmmm, porque eso que has dicho se me queda corto. Hay algunos en la comunidad que han oído hablar de los grupos "gnósticos", que dicen que llegan a salvarse por el "conocimiento", que lo único que vale son las "ideas". Pero yo sé que Jesús no decía eso. Las ideas tocan sólo el "coco", el intelecto, la mente; en cambio, Jesús quería tocar a la persona entera.
-Por eso usas la metáfora de la "carne"...
-Claro. Hay mucha gente a la que Jesús le "cae simpático", que le "mola" Jesús por las cosas que decía, y cómo acogía a los pecadores; pero todo eso no basta. Jesús nos llamaba a mucho más.
-¿Pero no te parece muy fuerte eso de "comer su carne"?
-¡No creo que haya nadie tan ignorante como para entenderlo al pie de la letra!* Lo que quiero decir es que la vida entera, con nuestras ideas por un lado, pero también con nuestros sentimientos y emociones, con nuestra riqueza y pobreza, con nuestra fuerza y debilidad (la carne) con todo lo que somos, sentimos y vivimos queda tocado, renovado, transformado por Jesús. Quien entra en contacto con Jesús no deja un solo poro de su piel ajeno a la vida nueva que recibe. Por eso hablar de las "ideas que Jesús" me resultaba tan simplón, por eso he escrito que Jesús nos da la vida y me ha sabido a poco, por eso he buscado las palabras más viscerales que he encontrado: "carne" y "sangre". Además, el mismo Jesús en la última cena sí usó las palabras "cuerpo y sangre".
-¿Y eso que has escrito de: "Yo vivo por el Padre, del mismo modo, el que me come vivirá por mí"?
-Eso es lo más grandioso que quiero expresar, pero sé que siempre me quedo corto. Jesús no era simplemente uno más, vivía tan en unión con Dios, porque venía de Dios, que era uno con Dios. Pero lo más impresionante es que lo que quiere es que nos unamos tanto a él que nosotros mismos vivamos en unión con él y, por tanto, con Dios mismo. ¿No es maravilloso?
-No sé si lo entiendo.
-Bueno, yo tampoco llego a comprenderlo del todo... ¿te acuerdas de la tercera página del génesis?
-¿La de la serpiente?
-Sí. ¿Sabes cómo tienta la serpiente a los seres humanos?
-Diciéndoles que "serán como dioses".
-Exacto. Pues precisamente eso que los hombres querían arrebatarle a Dios (ser como dioses), es lo que Dios mismo quiere regalarles. Pero claro, no es lo mismo arrebatar algo que recibirlo agradecido de alguien que te lo regala por amor. ¿No crees?
-También porque Adán y Eva (que son símbolo de todos nosotros) creían que ser como dioses era mandar sobre todo y hacer lo que les diese la gana.
-Claro, y en realidad Jesús nos enseñó que "ser como dioses" es "ser como Jesús", es decir, "dar la vida por los amigos", hasta la última gota de sangre... ¿Comprendes ahora por qué necesito palabras tan chocantes, tan profundamente humanas, tan viscerales?
-Lo voy intuyendo un poco...
-Lo que Jesús nos transmitió es tan radicalemente nuevo y distinto que en el lenguaje humano no hay forma de expresarlo con exactitud. Ni siquiera en el lenguaje poético más arriesgado.
-Quizá la forma mejor de expresarlo sea vivirlo...
-Eso seguro.


*En esto Juanito se equivocó un poco. Una de las primeras críticas que los romanos nos hicieron a los cristianos fue la de antropofagia. Mezclaron los relatos del nacimiento del niño Jesús con las frases de Juan y nos acusaban de comernos a los niños. ¡Con lo fácil que es preguntar! Aunque es normal criticar lo que no se conoce. Vamos, como nos sucede hoy mismo.

domingo, 26 de julio de 2009

Domingo 17º: Invitados al banquete. ¿Te apuntas?

Jn 6,1-15

Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente porque habían visto los signos que hacía con lo enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe:
—¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?
Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe le contestó:
—Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
—Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces, pero ¿qué es eso para tantos?
Jesús dijo:
—Decid a la gente que se siente en el suelo.
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: sólo los hombres eran unos cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos:
—Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
—Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo.

La vida pública de Jesús está llena de claroscuros, como la nuestra. Los discípulos que le siguen, pero muchas veces no lo comprenden; las multitudes que parece que lo acogen, pero que sólo buscan solución a sus problemas inmediatos y al final lo abandonan; los fariseos que le admiran (más de una vez lo invitan a comer), pero que quisieran tenerlo controlado como uno más de su partido...
El fragmento del evangelio de hoy muestra esta ambigüedad: Mucha gente lo sigue... pero porque han visto sus signos, y al final pretenderán hacerlo rey.
Jesús tiene un mensaje nuevo que anunciar, pero nosotros a veces nos empeñamos en encasillarlo en nuestras ideas. Los judíos de aquella época, especialmente los más pobres, deseaban un libertador que echase a los romanos, el ejército de ocupación; por eso, ante el signo de los panes y los peces, deciden hacerlo rey. Piensan que Jesús es el Mesías, pero no aceptan un Mesías distinto al poderoso militar que ellos están deseando.
El evangelio de Juan es especialista en sacar a la luz todas estas contradicciones; nos insiste en que no es tan fácil comprender a Jesús; también nosotros, que parece que sepamos tanto sobre él, podemos confundirnos.
La multiplicación de los panes y los peces es un gesto grandioso con el que los evangelios expresan la presencia del Reino de Dios que comienza a realizarse entre nosotros. Los profetas, siglos antes, habían comparado el Reino con un gran banquete; Dios iba a enviar a su Mesías para invitar a todos a compartir una mesa abundante. La multitud que queda saciada representa al mundo entero que es capaz de vivir en paz y concordia, compartiendo la mesa todos con todos en una situación idílica.
Todo comienza con la incomprensión de los discípulos que, aunque crean en Jesús, no imaginan todavía su grandeza. A esto se une la generosidad de un muchacho, que casi pasa desapercibido, y que será el punto de partida del signo de Jesús.
El evangelio dedicará después gran parte del capítulo 6 a los discursos que Jesús dirige a la gente en los que intenta explicar que el auténtico pan que da la vida es él mismo que se nos ofrece en el pan y en el vino. La gente dice que no lo entiende, que el lenguaje es muy duro, pero quizá lo entienda demasiado bien, comprenda que la entrega de Jesús en la cruz, por amor hasta dar la vida, es una llamada a todos a compartir su misma pasión por la humanidad. Una convocatoria así ya no atrae a tanta gente (la imagen del militar victorioso estaba mucho más de moda).

Para nosotros hoy los rasgos que expresa el evangelio son muy sugerentes. La imagen que Juan nos da de Jesús insiste en que conoce el interior del corazón, sabe cuál es la verdadera aspiración de las personas, sabe dónde están los problemas, y por eso mismo podemos depositar nuestra confianza en él. Los discípulos que se esfuerzan aunque no comprenden son también un símbolo de nosotros mismos. Ellos son testigos de la vida de Jesús, van con él, aprenden a veces y se despistan en ocasiones. Pero también son los destinatarios de la enseñanza, la misión y el amor inmenso de Jesús.
El muchacho anónimo que ofrece su comida llama igualmente la atención sobre nuestras actitudes. Al parecer lo ofrece todo, lo pone a disposición de Jesús, a pesar de que sea una minucia comparado con las abismales necesidades del mundo. Muchas veces observamos nuestras limitadas fuerzas y el enorme campo de misión y exclamamos también: «¿Qué es eso para tantos?» Posiblemente lo que nosotros ofrecemos sea muy poco, pero en las manos de Jesús no podemos sospechar en qué se convertirá.

domingo, 19 de julio de 2009

Domingo 16º: "Se compadeció"

Mc 6,30-34

Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo:
—Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

La oración puede compararse al ensayo de una orquesta. En ocasiones hay que trabajar más unos instrumentos, en otras hay que ocuparse de la coordinación de todos, a veces será importante insistir en las entradas... La Lectio Divina es una forma de oración, por tanto no pretende hacer un estudio de la Biblia (aunque el estudio ayuda sin duda a rezarla mejor), sino dar pistas para que cada uno pueda encontrarse con el Señor de forma intensa. A veces tendremos que «ensayar» los silencios, a veces reflexionar un poco más en profundidad... En el evangelio de hoy, más que ideas, vamos a encontrar actitudes. Necesitaremos hacer un ejercicio de imaginación, situarnos mentalmente en la escena e intuir todos aquellos detalles que Marcos no escribe, pero nos está sugiriendo:
Los apóstoles. Traen el corazón contento; tanto que se ponen a contarle atropelladamente sus experiencias como evangelizadores. También llevan los pies cansados, y quizá heridos, por lo que Jesús les invita al descanso.
La gente. Deseosa, en búsqueda, insatisfecha de su vida rutinaria. La multitud busca a Jesús, anhela su presencia, es capaz de salir de las ciudades y ponerse a correr. Son muchos los que van y vienen...
Jesús. Siempre atento a las necesidades de las personas. Ante sus discípulos les sugiere retirarse a un lugar apartado, solitario, para poder disfrutar de su compañía, para que ellos se repongan y descansen... y quizá también para que recen (siempre que Jesús va «a un lugar apartado» es para rezar); para que recuperen la calma en presencia de Dios y puedan entender su predicación, sus «éxitos pastorales», dentro de la vocación que reciben de Él, y no como una actividad más que les ha tocado hacer.

Ahora será interesante ponernos nosotros dentro del texto, seguir observando las actitudes que manifiesta, dejar que nos interpelen, sumergirnos en ellas.
Como la gente. También nuestro mundo sufre la misma desazón. Hay cosas que no funcionan. Aunque sabemos que Dios está muy presente en él, que hay muchas luces y mucha bondad, también reconocemos las sombras, las dificultades. No son pocos los que están en búsqueda, los que corren para alcanzar un destello de felicidad que pronto se les marchita entre las manos. A veces los espectáculos, los famosos, las evasiones... se convierten en sustitutos de la autenticidad, de los cimientos sólidos en los que asentar la propia vida. Igual que hace veinte siglos, no es fácil valorar la fe de los que se acercan a Jesús, de los que piden a Dios solución a sus problemas. Igual que entonces unos y otros buscan, de forma más o menos acertada, el camino que les lleve a una felicidad que no se desvirtúe.
Como los apóstoles. También nosotros tenemos momentos de alegría ante Jesús, y querríamos contarle todo lo bueno que nos pasa. O bien en otras ocasiones él nos llama a descansar. En ambos casos lo importante es permanecer junto a él; reconocer su compañía en la oración, en las alegrías de la vida, en las personas cercanas.
Ante Jesús. La palabra más emotiva de toda la Biblia aparece en el evangelio de hoy: «se compadeció». No hay forma en castellano de traducir todo su significado de amor visceral, apasionado y profundo. Jesús queda «tocado en sus entrañas» por el dolor y sufrimiento de la gente. La misma pasión por la humanidad que demostró entonces, sigue sintiéndola por cada uno de nosotros. El mismo sacrificio de toda su vida que hizo entonces sigue activo y presente ante todo sufrimiento y miseria humana. Le hemos llegado al corazón a Jesús, hemos tocado la fibra más sensible de su alma. Dejémonos amar.

domingo, 12 de julio de 2009

Domingo 15º: Carretera y manta

Marcos 6,7-13

Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
—Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

El breve evangelio de hoy trae multitud de sugerencias para nuestra oración. La primera palabra, «llamó», supone el inicio de un movimiento que se va a ampliando de forma insospechada.
Para empezar, Marcos nos invita a identificarnos con los doce apóstoles que acompañaban a Jesús. Ya los había llamado antes (ver Mc 3,13ss), pero ahora se insiste en este verbo -«llamar»- para que el lector no se despiste. Jesús nos ha llamado también a nosotros; a cada uno de una forma distinta, en un momento diferente, según un estado de vida u otro, pero no deja de llamarnos constantemente, de hacerse presente entre nosotros, en nuestro día a día, para que encontremos en él sentido y cimiento para nuestra vida. Quien no quiera seguir a Jesús, quien no quiera responder a su llamada, o simplemente tiene su vida tan llena que no necesita nada más (recordemos al joven rico, que buscaba, pero no estaba dispuesto a arriesgarse) no encontrará nada interesante en el resto de la lectura. El evangelio nos deja las cosas claras desde el principio ¡Y esto lo ha conseguido Marcos con una sola palabra!
Para los que quieran responder a la llamada de Jesús comienza una aventura llena de puntos interesantes: Jesús les envía -nos envía-; tomar conciencia de enviado, de destinado por Jesús a una misión concreta es tan importante como sentirse llamado. No hay cristiano que sobre, no hay ningún creyente que no tenga el encargo directo de Jesús de evangelizar, aunque cada uno y cada una tendrá su tarea concreta, y alguna podrá pasar incluso desapercibida; todos tenemos nuestra responsabilidad en la gran Iglesia de Jesús, todos tenemos nuestra parcelita que construir en la comunidad cristiana.
Los envió «de dos en dos». Los judíos consideraban que para aceptar un testimonio como válido en un juicio eran necesarias dos personas. Así que estamos llamados a ser testigos, a afirmar algo que «hemos visto», que «hemos vivido», incluso a afirmarlo en contexto hostil. Los testigos hacen un juramento antes de hablar; nosotros, aunque de otra forma, también implicamos nuestra propia vida en aquello que anunciamos. Además, con este gesto Jesús insiste en que su Reino no es de individuos solitarios, sino de comunidades, de grupos de creyentes que se reúnen y se quieren, y aunque tienen problemas -claro que sí-, intentan resolverlos recordando que el mismo Señor está siempre con ellos.
A continuación el texto nos sorprende, ¿acaso tenemos nosotros poder sobre los espíritus inmundos? Digámoslo de otro modo: Claro que podemos hacer mucho contra el mal, contra la injusticia, contra la pobreza, contra la «inmundicia» del mundo. De hecho surgen de los cristianos muchas iniciativas en pro de los más desfavorecidos; tanto iniciativas organizadas como movimientos espontáneos de ayuda que nunca llamarán la atención, pero que están haciendo de nuestro mundo un lugar un poquito más habitable para todos. Erradicar el mal es el primer encargo que Jesús nos hace a todos; aunque a cada uno nos toque una responsabilidad distinta, más grande o más pequeña.
Después Jesús nos indica la actitud con la que comenzar este camino: la confianza en él. Pide que llevemos sólo bastón y sandalias, los objetos que identifican al caminante, al que está dispuesto a llegar lejos; pero que dejemos de lado muchas cosas que nos pueden pesar por el camino -aunque son bien interesantes: bocadillo, mochila, tarjeta de crédito... Años más tarde, cuando los primeros misioneros -por ejemplo Pablo de Tarso- recorrían el Imperio Romano, no hicieron caso literal de estas palabras de Jesús -sus viajes eran mucho más largos y duros que los que hacía Jesús por la diminuta Palestina-, pero sí recordaron la actitud que Jesús les indicaba en estas palabras: confianza en Dios, desprendimiento de las cosas, apertura de corazón y de mente a la misión... Podemos quedarnos haciendo planes, detallando las necesidades de nuestro viaje, revisando una y otra vez nuestro equipaje... y nunca llegaríamos a ponernos en camino. Sólo quien se fía realmente de Dios, quien acepta el reto de su llamada y su envío, quien reconoce la urgencia de extirpar el mal del mundo y de construir una sociedad mejor para todos será capaz de saborear a fondo el evangelio de hoy. ¡Pongámonos en camino!

domingo, 5 de julio de 2009

Domingo 14º: ¿De dónde?

Mc 6,1-6

En aquel tiempo, fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
—¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí?
Y desconfiaban de él. Jesús les decía:
—No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Jesús está en Nazaret, enseñando en la sinagoga, como era costumbre suya; cualquier judío adulto podía leer las Escrituras y hacer su comentario ante la asamblea reunida. En esto no hay nada sorprendente. Lo que asombra a la gente son dos cosas: la primera es la «sabiduría» que Jesús demuestra en sus palabras y que Marcos ya ha presentado antes, por ejemplo en las parábolas del capítulo 4. El segundo aspecto que asombra son los milagros que los paisanos de Jesús han oído contar. Por eso es normal que se pregunten: «¿De dónde saca todo eso?» La pregunta por el «origen», por el «de dónde», es la clave del evangelio de hoy.
En la cultura mediterránea antigua para conocer a una persona se debía averiguar su ciudad de procedencia y su familia; con ambos datos pretendían encasillar y definir qué se podía esperar de cada uno, hasta dónde podía llegar en el escalafón social, tan jerarquizado. Por eso los paisanos de Jesús, para intentar responder a la pregunta «de dónde» mencionan su profesión y su familia: Jesús es el artesano-carpintero, el hijo de María, el hermano de varias personas que vivían todavía en el mismo pueblo.
Para ellos Jesús es totalmente conocido, creen poder encasillarlo según sus esquemas previos; Jesús pertenece a su vida cotidiana, a su historia reciente y cercana, había sido uno de aquellos muchachos que correteaba por las colinas, que perseguía a los gatos, que tiraba piedras con sus amigos, que espiaba a las chicas; había ido a buscar el pan a casa del panadero y por agua a la fuente, había reparado el yugo de madera de los bueyes de un vecino, había ayudado a levantar la casa de unos recién casados... La conclusión es clara: Dios no puede estar tan cerca.
Hubiesen preferido una visión celestial, en la que un hombre rodeado de relámpagos les hubiese anunciado la salvación. Pero su compatriota Jesús no podía venir de Dios y al mismo tiempo estar tan metido en el barro y el sudor del trabajo cotidiano de un pueblecito tan insignificante que ni siquiera aparece mencionado en el Antiguo Testamento.
Los paisanos de Jesús han acertado la mitad de la cuestión: la clave está en preguntarnos «de dónde». Ésta es la invitación que nos hace Marcos hoy. La respuesta que él dará al final será iluminadora: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Resulta que era acertado preguntarse por la «familia» de Jesús, por su origen; pero antes de llegar al «Hijo de Dios» hay que comenzar por «este hombre».
Precisamente es en esta vida concreta, en las circunstancias de cada uno, en los sudores, dificultades y alegrías cotidianas donde podremos encontrarnos con Dios mismo que viene a nuestro encuentro. No podemos exigirle a Dios que se nos manifieste según los clichés que nosotros nos fabricamos sobre él. Dios es todopoderoso, sí, pero no con el sentido de poder-opresión al que estamos acostumbrados, sino que tiene todo el poder de hacerse pequeño por amor. Dios es grandioso, sí, pero no con la enormidad de los palacios de los emperadores, sino por la grandeza del gesto de amor que casi pasa desapercibido. Dios es sabio, sí, pero no como los discursos de los catedráticos que deben demostrar cuánto saben, sino con la sencillez del que tiene la respuesta breve y justa ante la tristeza de la vida.
En resumen, Jesús es el carpintero, sí, el hijo de María, sí, el hermano nuestro, sí... y también el Dios omnipotente que ha venido a compartir nuestra pequeñez, porque sólo eso es lo que tenemos, y sólo ahí podremos encontrarlo.