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domingo, 28 de junio de 2009

Domingo 13º: Con sólo tocarlo...

Marcos 5,21-43

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
—Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás entre la gente, le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, curaría.
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando:
—¿Quién me ha tocado el manto?
Los discípulos le contestaron:
—Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: «¿Quién me ha tocado?»
Él seguía mirando alrededor para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y confesó todo. Él le dijo:
—Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
—Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
—No temas; basta que tengas fe.
No permitió que lo acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo:
—¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida.
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
—Talitha qumi.
Que significa: Contigo hablo, niña, levántate.
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar —tenía doce años—, y se quedaron asombrados.
Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.


Repasemos despacio este texto en oración. La maestría de Marcos como narrador pretende que surjan en nuestro interior preguntas e inquietudes y no respuestas fáciles que no sirven para renovarnos por dentro aunque tantas veces las busquemos.
Jesús se manifiesta ante nosotros como un enviado poderoso de Dios que cura las enfermedades, que comprende el dolor y el sufrimiento, que es capaz hasta de darle la vuelta a las situaciones más críticas, en las que toda apariencia nos indica que no hay solución.
La mujer sufría desde hacía años a pesar de los intentos humanos de curación; el sufrimiento del cuerpo se había convertido en pobreza; la enfermedad, además, la hacía impura según la ley judía, de forma que no podía acceder a la relación con Dios que se establecía en los sacrificios y en las oraciones del Templo. El dolor de esta mujer abarca todo el ser, toda la vida, y, aparentemente, no tiene solución.
La hija de Jairo, por su parte, pasa de estar muy enferma cuando su padre acude a Jesús a fallecer durante el trayecto que les separaba de la casa. Ya se ha empezado a organizar el funeral con los lloros y lamentaciones lamentación que se hacían públicos a gritos según la costumbre oriental. Pero parecen lamentos falsos, ya que apenas una línea después los mismos que lloraban se burlan de Jesús («se reían de él», dicen alguna traducciones). Sólo Jesús parece conocer qué sucede en realidad, él se acerca a la niña con la única compañía de sus tres discípulos y los padres de la niña y realiza el milagro con la mayor sencillez y naturalidad posible: la coge de la mano y le ordena que se levante.
En el centro de este doble relato se encuentra la clave: «Hija, tu fe te ha curado», «no temas; basta que tengas fe».
¿En qué consiste esta fe? Es la pregunta que Marcos nos lanza hoy, y que no desvelará hasta el final del evangelio. La fe que Jesús pide es estar dispuesto a seguirle, a aceptar su mensaje entero, que comienza por aceptar que Dios nos ama plenamente, aunque más adelante descubriremos que incluye la entrega, por amor, de la propia vida. Para seguir a Jesús de verdad hay que ponerse al servicio, como hizo él; hay que reconocerlo vivo y presente en nuestra vida cotidiana, hay que calzarse sus sandalias y andar por sus caminos de donación y servicio.

domingo, 21 de junio de 2009

Domingo 12º: ¡Que nos hudimos!

Marcos 4,35-40.

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
—Vamos a la otra orilla.
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte temporal y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. él estaba a popa, dormido sobre el cabezal. Lo despertaron diciéndole:
—Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
—¡Silencio, cállate!
El viento cesó y vino una gran calma. él les dijo:
—¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Se quedaron espantados, y se decían unos a otros:
—¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

El evangelio de Marcos es muy colorista, sobre todo en sus descripciones y en la forma de presentarnos a los personajes. Pero su intención es siempre hacernos pensar, que nos «metamos» en el texto y nos dejemos interpelar por las actitudes y las palabras de Jesús, que contrastan tanto con las de sus discípulos.
Un ejemplo lo tenemos en el texto de hoy, que describe de forma tan viva la tempestad y las olas. Marcos quiere que traigamos a nuestra memoria nuestras propias tempestades, personales, comunitarias y eclesiales. Las olas y vientos que dificultan nuestra existencia, que nos amenazan, que nos hacen zozobrar.
La barca representa la comunidad cristiana; en ella estamos todos los que nos hemos embarcado con Jesús, aunque la iniciativa ha sido suya («Vayamos a la otra orilla»). Como buenos discípulos le hemos seguido, aceptamos su palabra, y lo tenemos presente entre nosotros.
Pero nos extraña que a veces parezca ausente, parece que «duerme». Marcos quiere subrayar aquí que Jesús es el dueño de la situación, no teme a la tormenta ni al viento, sabe que la barca llegará a su destino, por eso puede dormir tranquilo en las situaciones en las que a nosotros se nos antojan insalvables.
Dibujado así el escenario y los personajes, los discípulos reaccionan dejando que el miedo se apodere de ellos. Tanto es así que ni siquiera le piden a Jesús que les salve (Mateo y Lucas suavizarán este texto, pero Marcos le ha dado un toque de dureza que hay que reflexionar), directamente le preguntan si le da igual que perezcan. Sabemos perfectamente que Jesús nos ha convocado por amor, que él es el mismo amor de Dios presente entre nosotros y que sólo desea nuestra felicidad. De hecho, al final del evangelio será Jesús el que perezca por los discípulos, el que se entregue por amor, y ellos los que lo abandonarán por miedo.
El final de la escena se da en dos tiempos. Jesús ordena al viento y al agua con todo el poder de Dios, manifestando así ante sus discípulos quién es. Podemos recordar muchos salmos que se expresan de esta manera: «Y entonces clamaron al Señor en su apuro y él les sacó de sus ansiedades. Convirtió la tormenta en brisa suave, callaron las olas del mar» (Sal 107, 28-29).
A continuación les dirige una dura crítica a los discípulos. Marcos quiere que nos preguntemos si en alguna ocasión nos merecemos también esa acusación de falta de fe.
La reacción final de los discípulos es la de preguntarse, quién es Jesús. Es la pregunta clave. El evangelio la irá respondiendo muy poco a poco. Primero Pedro reconocerá que es el Mesías, pero sólo al final, al pie de la cruz, el centurión confesará que «verdaderamente es Hijo de Dios».
Posiblemente nuestra fe y nuestro camino de cristianos sean muy parecidos a los de aquellos discípulos. Acompañamos a Jesús en su barca, escuchamos sus palabras, le seguimos esperanzados, pero las dificultades que llegan minan nuestra valentía, corroen nuestra fe, y necesitamos reconocer que sólo él tiene la autoridad, el poder y al amor para salvarnos.

domingo, 14 de junio de 2009

Domingo: ¿Preparando la sala o preparando al lector?

Del evangelio según san Marcos 14,12-16.22-26

El primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
—¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
Él envió a dos discípulos, diciéndoles:
—Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua: seguidlo, y en la casa en que entre decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?»
Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
—Tomad, esto es mi cuerpo.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron.
Y les dijo:
—Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.
Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.

El curioso incidente del hombre del cántaro

El pasaje con el que empieza el texto de hoy siempre llama la atención. Parece un extraño caso de adivinación no muy propio del evangelio. ¿No podría haber dicho Jesús dónde tenían que ir simplemente? (De hecho, eso es lo que cuenta Mateo).
En realidad, Marcos no ve las cosas como las vemos nosotros, para él es una forma clara de decir que Jesús lleva las riendas de la situación; y además lo dice narrativamente, con una escena puesta a propósito para llamar la atención del lector (eso lo consigue, ¿o no?), y para prepararlo. ¿Qué quiere decir eso de preparar al lector? Pues es algo que hacemos todos cuando hablamos o escribimos, dar claves y pistas para que se nos entienda cuando lleguemos al meollo de la cuestión. Y aquí resulta que el «meollo» va a ser bastante complicado: estamos a punto de leer el relato de la pasión y muerte de Jesús, ¡nada menos! De entrada, y bajo todas las apariencias, un fracaso absoluto. Así que a Marcos, más que preparar la cena, le interesa preparar al lector para que no se confunda;que no, que a Jesús no lo pillaron desprevenido, no lo detuvieron en un descuido, él se entregó libre y voluntariamente por amor. Éste es el sentido del pasaje tan pintoresco, Jesús domina tanto la situación, que conoce hasta los detalles insignificantes (como un hombre llevando un cántaro).

Sangre de la Alianza

Preparada la cena y al lector, encontramos a Jesús a la mesa realizando un gesto que encierra todo el significado de lo que va a pasar. Es demasiado rico en matices como para comentarlos todos aquí, pero lanzo sólo algunos:
- Compartir la mesa era mucho más importante en aquella sociedad que en la nuestra. Significaba estar en comunión de pensamiento y vida con los demás comensales.
- Partir y repartir el pan era una tarea reservada al señor de la casa, que realizaba con toda su importancia.
- El pan y el vino son al mismo tiempo elementos cotidianos (todas las culturas tienen su pan y su vino, aunque no sean idénticos), y esenciales para la vida. Jesús está dando vida a los suyos con este gesto.
Las palabras de Jesús se refieren a la Sangre de la Alianza derramada por todos:
- La Alianza es el pacto que desde siempre Dios ha querido establecer con su pueblo. El pueblo de Israel la aceptó, pero falló muchas veces, yendo tras los ídolos. Hoy nosotros no ofrecemos incienso a figuritas de oro o plata, pero sí podemos tener nuestros ídolos particulares, como el poder, el dinero, el egoísmo... tanto da; todos los ídolos, en el fondo, pretenden sustituir a Dios y esclavizarnos a ellos.
- La Sangre derramada no es un «precio» que Jesús tenía que pagar, como si Dios fuese como aquellos ídolos que pedían sacrificios humanos. La Sangre es la vida, y Jesús la entrega libremente por amor, mostrándonos un camino insospechado para nuestra propia vida, un camino de entrega que, sorprendentemente, nos va a llevar a la plenitud de nosotros mismos, a la vida más auténtica, a la felicidad.
- Y esta sangre se derrama por todos, no sólo por un pueblo escogido, sino por la humanidad entera que está llamada a acoger el ofrecimiento de amor de Dios, expresada de forma suprema en la entrega de Jesús.

Pan y vino son, desde entonces, el signo de la entrega de Jesús, que nosotros repetimos por petición suya. La comunidad de Marcos ya lo hacía, y sus lectores sabían en que consistía, por eso él quiere hacerles reflexionar acerca de lo más duro y difícil, la cruz. Todo lo que celebraban cada domingo tenía su origen en aquella entrega inolvidable.
Y ahora, con el lector preparado, podrá pasarse al relato de la pasión.

domingo, 7 de junio de 2009

Domingo: La Trinidad

Del evangelio según san Mateo 28,16-20

Después de la resurrección de Jesús, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
—Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Hoy, Domingo de la Trinidad, leemos el final (?) del evangelio de Mateo; las palabras suenan solemnes y rotundas, definitivas, en la boca de Jesús. Aunque no refleja un dato histórico que Jesús hablase de esa manera, sí es expresión de las primerísimas reflexiones de los cristianos que estuvieron más cerca de él.

Los once aparecen perfectamente humanos, perfectamente reales, sin inciensos y falsas glorias. Van al encuentro de Jesús, como debe hacer todo discípulo, pero también tienen sus dudas, sus vacilaciones. ¿Qué cristiano no se ve reflejado en ese claroscuro? También nosotros caminamos hacia él, subiendo el monte, pero tampoco somos perfectos y necesitamos que también él se acerque a nosotros.

Jesús comienza recordando su resurrección con una frase que suena mucho a cita del Antiguo Testamento. «Todo poder en cielo y tierra» es el resultado de la entrega de amor que ha protagonizado a través de la cruz. Aquí, en el amor entregado, ha comenzado todo, éste será el punto de partida, el modelo a seguir, el pentagrama sobre el que la comunidad cristiana tendrá que interpretar su partitura.

A continuación da su mandato: «Id y haced discípulos». Esta breve frase de Mateo nos define como Iglesia. Si nos preguntamos qué debemos hacer, aquí tenemos la respuesta:
  • Ir. Movernos, desplazarnos, salir en busca de todos aquellos que necesiten de Dios y de su mensaje de amor y liberación. Todos lo necesitamos, pero no todos son capaces de darse cuenta. Es por eso que los pobres, los despreciados, los marginados fueron lo que mejor comprendieron a Jesús, al tiempo que los ricos, los acomodados, los que se creían sabios, lo rechazaron.
  • Hacer discípulos. No pide licenciados, ni especialistas; tan sólo pide discípulos, que sean capaces de seguir detrás de él por el camino que nos marcó.
  • De todos los pueblos. Sin distinción, sin marginación, sin privilegios ni favoritismos. El mensaje de Dios es para todos porque ante él todos somos hermanos e iguales.
  • Bautizándolos. Para Mateo están totalmente unidas las acciones de las personas con las acciones de Dios, pero Dios tiene siempre la iniciativa. El Bautismo es expresión de la entrada en su comunidad, Dios actúa a través de actos sencillos y concretos.
  • Enseñándoles. Sin imponer ni obligar, sino ofreciendo nuestro mensaje de alegría y plenitud con la paciencia del educador y la humildad del que no es maestro, sino compañero de camino.
  • A guardar lo que él nos ha mandado. La relación con Jesús no es intelectual (aunque también nos obliga a hacer funcionar la neuronas, que para eso nos las regaló, no se trata de tragarse cualquier idea sin pensarla), sino personal, experiencial. Se trata de aceptarle como guía del camino para comprender nuestra vida y a nosotros mismos con sus criterios tan distintos a los de la mayoría de la sociedad.

Por último, después del mandato tan exigente y difícil, nos da la garantía de su presencia con una frase majestuosa y grave. Vale la pena repetirla despacio, personalizarla y pensar que nos la dice Jesús personalmente a cada uno de nosotros, que te la dice a ti de forma muy especial: «Yo estoy contigo siempre, todos los días, hasta el fin de los tiempos».
La promesa de Jesús cae con rotundidad y fuerza sobre el corazón como el sello y la firma sobre un documento oficial. Tenemos la garantía, tenemos dónde acudir. Ahora nos toca a nosotros hacer que su presencia sea luminosa en el mundo entero. No es el "final" del evangelio, no puede serlo, es tan sólo el principio de una nueva historia de amor de Dios con la humanidad.

sábado, 6 de junio de 2009

HIMNO AL AMOR: 1 Cor 13 (6ª de 6)

Lo imperfecto es pasajero

En la tercera estrofa Pablo hace varias contraposiciones. Su mensaje central está al principio y al final: «el amor, lo más excelente, no pasa nunca».
En la comunidad de Corinto, como hemos visto, se valoraban mucho algunos carismas, pero se dejaba de lado el amor. Pablo vuelve a insistir, como al principio. ¿Os jactáis de tener don de profecía? Pues ese don llegará un momento en que desaparecerá, porque no hará falta hablar en nombre de Dios cuando Dios sea todo en todos. ¿Os enorgullecéis de hablar en un lenguaje misterioso? Llegará un momento en que no servirá de nada. Y más todavía, ¿os parece motivo de gloria saber mucho, tener muchos conocimientos sobre Dios y el evangelio? Pues todo eso no es nada en comparación con el amor, porque llegará un día en el que veremos a Dios cara a cara y no hará falta que nadie nos lo explique.

Por ahora conocemos de forma imperfecta, porque vivimos en este mundo, y los conocimientos que tenemos son limitados. Igual que sucede con los niños, que al principio razonan de forma limitada, pero al hacerse adultos comprenden mejor las cosas. Así nos sucederá también con el evangelio. Llegará un momento en el que conoceremos plenamente a Dios, lo conoceremos tanto como él nos conoce a nosotros.

Con esta explicación, Pablo, además de dejarnos una enseñanza bellísima sobre la primacía del amor, de paso les está llamando "críos" a los corintios. Les dice que, a pesar de las apariencias, no están comprendiendo el evangelio. Les dice que se enorgullecen de las cosas que no tienen tanto valor, pero que están olvidando las fundamentales. Les sugiere, en el fondo, que ellos son todavía como ese niño que no entiende, que razona como niño, dejándose llevar por cualquier cosa que le fascine, que le parezca admirable, y descuidando el amor que se vive en el día a día, en el esfuerzo paciente y cotidiano, en el testimonio callado del que vive su fe con humildad y sencillez.

El defecto de fondo de los corintios es dejarse llevar por las apariencias, y olvidar la importancia de lo más profundo. Precisamente el mismo defecto que tenemos nosotros hoy en día. Es una anomalía de toda la sociedad, pero nos afecta directamente a todos. Ponemos nuestros ojos en seguida en las apariencias, en las ropas, en los adornos, en el aspecto externo, y hasta podemos juzgar a las personas como buenas o malas, como interesantes o superfluas tan sólo con un vistazo.

Y lo mismo nos sucede en nuestra religión. Buscamos más de una vez discursos vivos, carismas arrolladores, experiencias religiosas estimulantes, encuentros y viajes cuanto más lejos mejor... Pablo nos diría también a nosotros: Si no tienes amor, todo eso no te sirve de nada. Porque lo primero, lo más importante, lo crucial para vivir y existir como cristiano, es el amor.
Todo lo demás puede ser más o menos interesante -que también se vale Dios de eso-, pero sólo después de vivir el amor cristiano profundamente y desde dentro.


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jueves, 4 de junio de 2009

HIMNO AL AMOR: 1 Cor 13 (5ª de 6)

El amor es...

Después de las comparaciones, Pablo dedica quince expresiones a hablar del amor cristiano. La palabra «amor» puede significar tantas cosas que al final no nos aclaramos; en Grecia contaban con tres palabras distintas: una subrayaba el amor pasional (eros), otra el afecto de la amistad (filia) y la tercera (agape) -la que utiliza Pablo- es la que los cristianos prefirieron para hablar del mensaje de Jesús. Pablo lo explica de forma poética:
El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo ni jactancia.
No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta.
Puesto que este texto se explica por sí solo, lo mejor es llevarlo a la oración, rezar con él despacio, fijándonos en cada matiz, en cada detalle, sin prisas.
Cada una de las palabras que escribe Pablo quiere que nos las apliquemos a nosotros mismos. Nos podemos ir preguntando ante Dios: ¿soy yo paciente?, ¿soy yo bondadoso? etc. Está claro que Pablo presenta un ideal muy elevado. No hacemos revisión de nuestra vida para decepcionarnos de nosotros mismos, sino para reconocer con humildad cuánto nos sigue ayudando Dios a mejorar. La conclusión de esta oración debe ser siempre «gracias, Señor, por darme la fuerza para crecer en amor».
Cuando Pablo dice que el amor «todo lo excusa y lo tolera», no quiere decir que no haya que denunciar las injusticias, reclamar los derechos de los pobres, ni abandonarse a la opresión. Pablo habla de la relación con los hermanos, y de la comprensión que lleva a perdonarlos siempre, animándolos a mejorar. En otros momentos Pablo pide que los hermanos se corrijan entre sí, pero nunca puede hacerse por rencor ni odio, sino por el amor que empieza perdonando siempre.


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martes, 2 de junio de 2009

HIMNO AL AMOR: 1 Cor 13 (4ª de 6)

El capítulo 13 está dividido en tres partes. Se le llama el Cántico o Himno del Amor. Aunque no todo él está escrito en verso, su forma sí es cercana a la poesía. A Pablo no le interesa sólo que los corintios (y nosotros) comprendan su mensaje; tienen que escucharlo con la mente y con el corazón, tienen que convertirlo en vida, hacerlo fructificar. Y para ello no hay nada mejor que mover el interior de las personas, tocarles el alma, con un poema lleno de fuerza.

La necesidad del amor

La primera estrofa del himno comienza haciendo comparaciones. Menciona los carismas que les gustaban tanto a los de Corinto, y añade algunos gestos más que pueden parecer expresión de una inmensa donación.
Hablar todas las lenguas humanas y divinas no sirve para amar, tan sólo para enorgullecerse, para que se hinche el ego. El «don de lenguas», del que algunos en Corinto estaban tan orgullosos, no es más que un motivo de vanagloria que ni construye la comunidad, ni favorece la unidad, ni da testimonio ante el mundo del evangelio de Jesús. Por ello Pablo compara el don de lenguas a instrumentos musicales que pueden ensordecer sin transmitir nada. El amor está por encima del don de lenguas.
El don de profecía era más interesante, significaba tener conocimiento para entender el mensaje de Jesús, comprender el evangelio y tomar decisiones acertadas en la comunidad. No era nada despreciable. Pero Pablo sigue comparando los distintos carismas con el amor, y por ello insiste que ni profecía ni conocimiento sirven para nada sin amor auténtico.
Ni siquiera la fe, y esto nos sorprende, sirve sin amor. Para el cristiano, llamado a construir su comunidad y a evangelizar con su testimonio, la fe sin amor le deja vacío. Pablo dice que «sin amor nada soy», es decir, que perdería su «esencia» su «ser» más propio y auténtico. Lo que no es, lo que no existe, no pasa de una ilusión, una imagen, una quimera. Esto es precisamente el cristiano con conocimiento, con fe pero sin amor: nada, sencillamente no existe, no es cristiano.
Pero todavía le queda a Pablo un último ejemplo. Incluso los gestos mayores de entrega, los sacrificios más grandes, es posible hacerlos sin amor. Repartir todos los bienes a los pobres es la invitación que Jesús hizo al joven rico, pero aquél no quiso, porque aceptaba que Jesús fuese un maestro, pero no el Señor que pudiese dar sentido a su vida entera. Entregar el cuerpo a las llamas es una expresión simbólica (no se trata de una práctica que hiciesen de verdad los cristianos), representa el máximo sacrificio, la máxima entrega. Pues ni siquiera eso, por mucho que lo aparente, significa nada sin amor.


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