Algunas son conversas, como Lois y Eunice, Damaris o Lidia; otras llegaron a ocupar puestos de responsabilidad en las comunidades locales, como Cloe y Ninfa; otras compartieron con Pablo la misión apostólica: Evodia y Síntique, Prisca; y otras llegaron, probablemente, a ejercer funciones ministeriales, como Febe, diaconisa en Cencres y protectora del mismo Pablo, y Junia, ilustre entre los apóstoles y compañera de prisión de Pablo. Por último, a algunas, como Pérside y la madre de Rufo, les dedica saludos especialmente afectuosos, signo de un cariño especial:
Saludad a la amada Pérside, que trabajó mucho en el Señor. Saludad a Rufo, el escogido del Señor; y a su madre, que lo es también mía. (Romanos 16,12-13)
(Este último párrafo está sacado de BARTOLOMÉ, J.J., Pablo de Tarso. Una introducción a la vida y a la obra de un apóstol de Cristo, Editorial CCS)
Bueno, hasta aquí la serie de entradas que quería dedicar a este tema polémico y, en el fondo, apasionante. Está claro que el tema no está cerrado, hay textos demasiado ambiguos y de difícil interpretación; pero yo me permito expresar mi opinión:
Pablo, inmerso en una sociedad que discriminaba abiertamente a las mujeres, comenzó a intuir su igualdad con el varón y su importancia para el mundo social y para la Iglesia. Todavía quedan en él restos evidentes de lenguaje que marca desigualdades, pero al mismo tiempo es capaz de mostrar afecto y, más sorprendentemente aún en su época, aceptar y promover a mujeres para cargos de responsabilidad.
(Todas las entradas de este tema AQUÍ)
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