Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
-El dueño de una finca plantó una viña, le puso una cerca, construyó un lagar y levantó una torre para vigilarla. Luego la arrendó a unos labradores y se fue de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, mandó unos criados a recibir de los labradores la parte de la cosecha que le correspondía. Pero los labradores echaron mano a los criados, golpearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. El dueño envió otros criados, en mayor número que al principio; pero los labradores los trataron a todos del mismo modo. Por último, mandó a su propio hijo, pensando: "Sin duda, respetarán a mi hijo". Pero cuando vieron al hijo, los labradores se dijeron unos a otros: "Éste es el heredero, matémoslo y nos quedaremos con la viña". Así que le echaron mano, lo sacaron de la viña y lo mataron. Pues bien, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué creéis que hará con aquellos labradores?
Le contestaron:
-Matará sin compasión a esos malvados y dará la viña a otros labradores que le entreguen a su debido tiempo la parte de la cosecha que le corresponde.
Jesús les dijo:
-¿Nunca habéis leído lo que dicen las Escrituras?: "La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra principal. Esto lo ha hecho el Señor, y nosotros estamos maravillados". Por eso os digo que a vosotros se os quitará el reino, y se le dará a un pueblo que produzca los frutos debidos.
Se acerca la pasión, el evangelio de Mateo ya ha descrito muchas enseñanzas y actuaciones de Jesús, los que han querido creer en él han tenido ya motivo para hacerlo. Pero las autoridades lo rechazan, porque no les interesa, porque les supondría cambiar demasiado su forma de vida, porque prefieren que el mundo, la sociedad, quede como esté, mientras ellos sigan estando arriba.
Ahora Jesús habla con tanta claridad que asusta, no tiene pelos en la lengua. Acusa a esos mismos dirigentes, a la cara, de rechazar a Dios mismo. Pero no es una acusación desesperada, sino que encierra la eterna llamada a la conversión que todas las palabras que nos vienen de Dios tienen siempre.
Jesús es duro, porque duros de oído y de cerviz son sus interlocutores; no porque quiera condenarlos, sino para zarandearlos cogiéndolos de las solapas: "¡Convertíos, que viene el Reino! ¡No os quedéis fuera!"
¿Estamos nosotros entre ellos?
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