A todos los que nos acercamos a la Biblia, sea o no desde la fe, seguro que nos gustaría conocer cómo era Jesús, cómo sería un día cotidiano en su vida, cómo se desarrollaría su jornada, qué encontrarían en él los que se le acercasen...
Hemos visto películas sobre él, y cada una nos da una visión distinta, pero al menos, gracias a aquellas que están bien hechas (que tampoco son todas), podemos hacernos una idea del trasfondo judío de su vida.
Porque Jesús, a pesar de que hemos estado siglos olvidándolo, era un judío. Participaba de los deseos e inquietudes de su pueblo, formaba parte de él, lo amaba con todo su corazón, roto a veces al ver que se acercaba a la perdición en vez de escuchar el mensaje de salvación que él traía de parte de Dios.
Jesús aparecería ante sus contemporáneos como un predicador itinerante, yendo de un pueblo a otro con un grupito de discípulos más cercanos. Las gentes de su tiempo habían visto muchos de esos.
Algunos eran exaltados que animaban a la multitud a tomar las armas y eran rápidamente aniquilados por los romanos a machetazos.
Otros eran predicadores de formas de vida más pacíficas, austeras y hasta alejadas del mundo.
En tiempo de Jesús, entre los judíos, había de todo, como en botica (y esto, que parece una idea simple, es uno de los descubrimientos más importantes de la investigación histórica seria sobre la Palestina del siglo I).
Jesús pasaría por ser uno más. Uno más de los que van predicando, uno más de los que van circulando de pueblo en pueblo, uno más de los que los romanos han eliminado porque les podía resultar molesto...
Pero, de repente, un buen día, sus discípulos salieron a la calle a levantar la voz. El mundo entero ha dejado de ser el mismo desde entonces...
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sábado, 17 de mayo de 2008
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