Entre tanto, Saulo, que seguía respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote en Jerusalén y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de llevar encadenados a Jerusalén a cuantos seguidores de este camino, hombres o mujeres, encontrara.
Cuando estaba ya cerca de Damasco, de repente lo envolvió un resplandor del cielo, cayó a tierra y oyó una voz que le decía:
-Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?
Saulo preguntó:
-¿Quién eres, Señor?
La voz respondió:
-Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que debes hacer.
Los hombres que lo acompañaban se detuvieron atónitos; oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, pero, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada; así que lo llevaron de la mano y lo introdujeron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver y sin comer y sin beber.
(Comenzaremos el comentario el martes 24. Todas las entradas de este tema AQUÍ)
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